Por Carlos Arias

Una serie de cuentos con final violento. Dos horas de situaciones extremas y sangrientas, cómicas y patéticas. Se trata de Relatos salvajes (Damián Szifron, 2014), una película argentina producida por Pedro y Agustín Almodóvar (por lo cual es oficialmente una coproducción Argentina-España), que se convirtió en su país en el éxito taquillero del año.

La fórmula de Relatos salvajes es antigua pero eficaz. Se trata de una serie de seis cuentos independientes, solamente conectados entre sí por un registro costumbrista de personajes y situaciones, todos ellos con final violento, a medio camino entre la sátira social, la critica política y la comedia de humor negro.

La película tiene sus antecedentes más evidentes en la clásica cinta italiana Los monstruos (Dino Risi, 1963), que tuvo su secuela con Los nuevos monstruos (Risi, Monicelli, Scola, 1977), formada por una una serie de “chistes crueles” que retrataban la violencia y deshumanización de la Italia de la época.

En México hubo una no muy afortunada incursión en una fórmula similar con Historias violentas (1985), que también narraba cuentos independientes en torno de personajes de clase media que perdían el control cuando un incidente casual rompía su aparente normalidad. Otro antecedente es Un día de furia (Joel Schumacher, 1993), en la que un enloquecido Michael Douglas pasaba de ser ciudadano ejemplar a un energúmeno cuando un día las cosas no salían bien.

La idea de Relatos salvajes es similar: por debajo del barniz de civilización que luce la clase media se ocultan seres salvajes a punto de estallar, y sólo se requiere un pequeño empujón para que personas aparentemente normales dejen salir la bestia que llevan dentro. Eso se refuerza desde los animales salvajes que aparecen en los créditos, y las seis historias que forman la cinta aparecen como una ilustración de esta idea, en diferentes contextos y con diferentes personajes que retratan a una clase media a punto de estallar.

El realizador Damián Szifron (que cuenta con otros dos largometrajes en su filmografía) es un productor televisivo que ha sido responsable de diversos éxitos de la pantalla chica, y no parece dispuesto a entrar en muchas sutilezas cinematográficas en su película.

De hecho, Relatos salvajes parece el resultado de un proyecto televisivo y como tal está planteado desde el comienzo: Se trata de historias rápidas, directas, en las que la violencia aflora sin dificultad y que buscan el “golpe de efecto” al final de cada relato.

Como en todas las películas por episodios, hay algunos muy buenos y otros que son un simple chiste puestos en imágenes. Una vez que el espectador ha captado la fórmula, hay relatos que son predecibles e incluso ingenuos, mientras que otros mantienen el interés, sobre todo gracias a las actuaciones.

El episodio que la película se guarda para el final (titulado “Hasta que la muerte nos separe”) es sin duda el mejor. Se trata de una boda convencional entre una chica de familia rica y un novio arribista. La historia sufre un cambio radical cuando la novia descubre la infidelidad del novio justo durante la fiesta. Lo encabeza Erica Rivas, una actriz con carrera en la comedia televisiva que consigue dar con el tono exacto para la película, saltando entre el registro realista del personaje y la caricatura extrema.

Como la novia, Erica Rivas consigue justo lo que Ricardo Darín (al actor más famoso del cine argentino actual) no consigue en otro episodio (“Bombita”), quizá el más plano y predecible de toda la cinta: un experto en explosivos y demoliciones de edificios inicia una “guerra privada” contra el gobierno por las infracciones injustas que sufre con su auto en Buenos Aires.

Aunque toca temas de crítica social y de política, la película no pretende ser aleccionadora. Por el contrario, Relatos salvajes consigue con total eficacia que el espectador suspenda toda crítica y se deje arrastrar con gusto a un mundo salvaje y enloquecido.