Es hipnótico, pero la experiencia es tan común que incluso se da por sentada. Durante dos horas –en promedio– el espectador se mantiene sentado y con los sentidos activados: sus ojos se enfocan en la pantalla, sus oídos se concentran en los diálogos, en la música. Pero esta combinación de sensaciones no explica nuestra adicción a las películas. Hay algo más: según la psicología, no se trata tanto de la experiencia sensorial, sino que, como bien dijo el actor español Pedro Ruiz: «lo bueno del cine es que durante dos horas los problemas son de otros». Esto también vale para aquellas cintas que la crítica suele despreciar, las famosas películas malas: el cine dominguero, los refritos, las chick flicks que tu amigo hípster mira a escondidas.

Piénsalo: de todas las películas nominadas este año a los premios Óscar, Golden Globes, BAFTA o Goya, ¿cuántas viste? ¿La La Land? ¿Moonlight? ¿Manchester by the Sea? ¿Tarde para la ira? Todos estos títulos tienen algo en común: la crítica las alabó por su dirección, guion, fotografía, la actuación de sus protagonistas o la banda sonora. Pero en la taquilla están lejos de figurar entre las cintas más vistas.

Sólo en nuestro país, entre los filmes que encabezan las listas de popularidad, durante este año y el año pasado, abundan los menospreciados por la crítica. En 2017, Rápidos y Furiosos 8 recaudó 679.9 millones de pesos en las taquillas mexicanas, a pesar de que la crítica la calificó con 6.8/10 en IMDB y 66/100 en Rotten Tomatoes. El año pasado sucedió lo mismo con Batman vs. Superman: El origen de la justicia; en nuestro país recaudó 630 millones de pesos y con la crítica obtuvo calificaciones de 6.6/10 y 27/100.

Películas malas: ¿placer culposo o fenómeno social?

Duele, pero es cierto: si se trata de cine, el público suele tener mal gusto. Nos gustan las películas malas.

«No hay una sola razón para explicar el fenómeno, se involucran varios factores. Uno de los más importantes es la identificación con el personaje: esto es lo que causa placer o satisfacción», explica Marlen Xochiquetzal Huerta, psicóloga especializada en teoría y análisis cinematográfico. «Uno va al cine y paga para que le hagan sentir lo que quiere o no quiere experimentar en la vida real. Vemos una película de terror para sentir durante dos horas lo que jamás nos gustaría vivir o una comedia romántica para sentir lo que pasa en esa historia».

El fenómeno es colectivo, tanto que las películas malísimas tienen su propio premio: los Golden Raspberry, también conocidos como Razzies o anti-Oscar. En 2017, Batman vs. Superman: El origen de la justicia se llevó el premio a la peor secuela, peor guion y peor pareja en pantalla.

A nivel psicológico hay otra razón que explica por qué nos fascinan las películas malas: sabemos siempre lo que va a pasar: «No sé si te has fijado, pero a los niños de 3 tres y 6 años les gusta mucho ver la misma película una y otra y otra vez, lo que les llama la atención es que no cambia. Es decir, saben lo que va pasar y les causa mucha satisfacción tener esta clase de control, porque se dan cuenta de que la vida alrededor cambia siempre».

En el cine a esto se le conoce como código de transparencia: «Al espectador le gusta la transparencia de los personajes –prosigue Huerta–, le gusta saber que no le ocultan nada y no habrá una vuelta de tuerca: Superman será el bueno siempre, no habrá complejidad y si el villano lo pone a prueba, sabe que lo resolverá. Todo esto acerca al espectador a la felicidad, al final feliz. Cuando no se define si el personaje es bueno o es malo y tampoco se explica por qué lo es, obliga al espectador a cuestionarse. A veces una película no es tan taquillera justo porque demanda al espectador y a su ética: él tiene que resolver el conflicto con un análisis propio y esto ya no es tan fácil».

Amar las películas malas te hace un omnívoro cultural

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Sin embargo, no es malo disfrutar películas que, según la crítica, son una basura. De acuerdo al estudio Enjoying trash films: Underlying features, viewing stances, and experiential response dimensions, «la mayoría de los fanáticos de las películas malas parecen ser “omnívoros culturales” bien educados, y conciben su preferencia por este tipo de contenidos en términos de una postura de visión irónica». Los autores de este estudio –Keyvan Sarkhosh y Winfried Menninghaus– encontraron que si disfrutas este tipo de películas significa que no has caído en el «esnobismo que desprecia y excluye todas las formas de cultura popular».

Para Huerta, las películas populares y la crítica están peleadas porque buscan dos cosas diferentes: «La crítica busca originalidad, quiere sorprenderse en cuanto a la construcción de la película, le gusta que jueguen con la mente del espectador. Esto define para la crítica a una película “buena”: encontrar algo que no sabías que tenías tú. Por su parte, en las películas taquilleras el final es predecible, no hay sorpresas sino una reafirmación de los valores establecidos; esto gusta a la mayoría de las personas: disfrutan que en esas dos horas todo esté bajo control».