Por Verónica Sánchez Marín

Los muertos vivientes han tomado fuerza al otro lado de la pantalla grande. Han mordido a directores, camarógrafos y a todos los que los ridiculizaban. Y ya en esas, han infectado a la literatura, el cómic, la televisión y la pintura. El género infantil tampoco se ha salvado. Y con ParaNorman (EU, 2012)parece que el reinado de los elegantes vampiros y las brujas solitarias llega a su fin.

Construida con una sofisticada técnica digital, y en tercera dimensión, ParaNorman, cinta animada de los directores Chris Butler y Sam Fell, logra recrear la dualidad de lo inocente (que puede provocar lo mismoterror que ternura) y lo siniestro (cuyas fórmulas nos inspiran un grito o una carcajada por igual) a través de una historia de fantasía, terror y zombies, que de trasfondo hace una crítica irónica al problema del bullying: sí, ese duro entrenamiento para la vida adulta.

La película narra las aventuras de Norman Babcock, un niño de 11 años que no encaja con las formas de su pueblo natal, Blithe Hollow, en Nueva Inglaterra, por lo que es segregado por sus compañeros de escuela, además de vapuleado (emocional y físicamente). Todo cambia cuando el héroe marginal que cuenta con la no muy envidiable capacidad de hablar con los muertos (guiño-guiño a Sexto sentido, pero en risa y no susto) consigue evitar la destrucción de la localidad a causa de una vieja maldición sobre tan gringo poblado de ensoñado suburbio. Es así como Norman tiene que plantar cara a fantasmas, brujas, zombies y lo peor de todo: a los babosos adultos del pueblo.

Aunque el título de la película parafrasea al largometraje de terror más rentable en taquilla en la historia del cine —Paranormal Activity—, su argumento muestra de nuevo la alarmante sequía de imaginación que impera en Hollywood últimamente. Como un dejo burlón al cine de terror de la década de 1980, y algunas producciones de serie B, ParaNorman inicia conuna bella mujer– con ropa entallada– que es perseguida por un zombi, ella corre y grita a todo pulmón, pero sus esfuerzos de huida resultan en vano. El resultado aparece inminente, o al menos eso nos creemos desde Jason. Llega a su marca frente a la cámara y voltea a verla porque el come-cerebros no la ha alcanzado. En el momento culminante, un micrófono de la producción entra a cuadro.

Butler y Fell recogen sensacionales diálogos dignos de un Tarantino (más) delirante. Además, no son inútiles a la trama. Evidencian la pureza de los personajes principales, Norman y Neil, éste último también víctima de bullying por su sobrepeso, y dueño del carisma que lo hace figurar como el elemento cómico de la cinta. Siempre necesitaremos de un Mel Patiño no siniestro.

El ritmo del filme cae un momento durante su tercer round, donde se vuelve predecible, pero logra sostenerse gracias a la narrativa cargada de detalles originales, juegos con el enfoque y personajes modernos que parodian nuestra visión del terror. Puede, incluso, que algunas de sus escenas causen impacto en el público más pequeño. Lección: está bien aceptarse a sí mismo y tener un poco de anormalidad (vamos, que el tono moralizante es un plus de las pelis para peques).

El trabajo de animación de ParaNorman recuerda la estética de Coraline y la Puerta Secreta (EU, 2009), de Henry Selick. Y precisamente esa cinta fue realizada por la misma compañía de ParaNorman, LAIKA, por lo que se convierte en la segunda animación en stop motion de la casa productora, una de las pocas (buenas) herederas de la estética de Edward Gorey y Tim Burton.

Con ParaNorman comprobamos que ninguna temática está proscrita en la edad de oro de los dibujos animados. La única exigencia es que posean arte. Parece que los niños también han bendecido lo que nos enamora a los mayores. Todos queremos a Wall-E y a Eva. Y, no finjan, nunca podremos superar a Woody ni a Buzz.