Por: Hugo Juárez (@poketronik)

Hay algo mágico en el cine japonés; en general, no sólo en las grandes producciones o la ciencia ficción: casi siempre parece que absolutamente todo lo que pasa en pantalla tiene una intención y sirve al arte. Así sea la película más sangrienta, banal o pornográfica. Así sea el caminar de una hormiga o una enorme explosión.

Sin estar ni mínimamente cerca de estos extremos, Hirokazu Koreeda nos demuestra una vez más en Nuestra Pequeña Hermana que hacer una película japonesa es como componer una buena canción. En este caso, se trata de una dulce melodía que nos acompaña mientras tomamos un café y nos relajamos después de un día pesado.

En esta película, verás la historia de tres hermanas + 1. Sachi es la mayor, es enfermera y tiene una “relación prohibida”; Chika trabaja en una tienda deportiva y parece que su mente no ha madurado; Yoshi es la rebelde, trabaja en un banco, y pelea mucho con Sachi, quien sustituye a su ausente madre. Un día, su padre muere. En el funeral, se encuentran con Suzu, una adolescente que resulta ser su media hermana y ahora ha quedado huérfana. Extrañamente, las cuatro deciden vivir juntas.

Con una calma armoniosa y bella, pero desesperante a veces, el director nos cuenta cómo la inocente pero vivaracha Suzu va haciendo consciente a sus hermanas de su propia vida y de la dinámica familiar que se trastoca por su llegada. Ella es “la hija de la mujer que destruyó la familia” (como la llama un pariente de las hermanas mayores), pero el director, en lugar de crear un conflicto cliché en el que Suzu sea “la intrusa”, “la malquerida” o “la usurpadora”, se enfoca en el acogimiento, los momentos alegres, las anécdotas y la cotidianidad de estas cuatro jóvenes unidas por sus sentimientos dispares pero sinceros.

Es así que el conflicto nunca llega. Aquí, a diferencia de la otra película famosa de Koreeda (De tal padre, tal hijo), vas a contemplar las vidas comunes de estas cuatro mujeres sin que en ningún momento haya un desencadenante de drama (salvo, tal vez, cuando la hermana mayor reflexiona sobre su relación amorosa).

Por eso, durante los primeros minutos y hasta la mitad, puede que pienses que ésta es otra de esas cintas japonesas “contemplativas” en donde no pasa nada. Pero no: hay muchas diferencias que empezarás a notar si es que no te saliste del cine después de la mitad.

Para empezar, Koreeda pone detalles en cada toma, en cada diálogo, que no son reveladores, sino que sólo pasan, con cadencia. Las tomas alternan entre abiertas y cerradas para demostrar lógica más que atrevimiento. Los momentos cotidianos y las anécdotas que cuenta acentúan su objetivo de mostrarnos los lazos de sangre, el amor familiar, la fraternidad y el aprendizaje. Los personajes tienen una evolución reducida, pero evolución al fin. Somos testigos de sólo una parte de su vida.

Y es ahí donde Nuestra Pequeña Hermana se despega de las películas “contemplativas”, porque en el fondo siempre está pasando algo y todo tiene un significado evidente, sólo que está oculto en la rutina, en el ritmo pausado y en los abundantes clichés japoneses: fuegos artificiales, cerezos, comida, kimonos, trenes, tradiciones, orden absoluto, humor ligero y naive… Y el amor, el omnipresente amor.

Koreeda no quiere engañarte ofreciéndote una película ruidosa y sorprendente, simplemente quiere dibujarte una sonrisa discreta y permanente en el rostro, y que te asomes a ver el retrato de estas cuatro hermanas; es, pues, un representante del lado más japonés del cine japonés: humilde, natural, detallista, austero, tierno y muy cursi, pero con gran significado, belleza e intenciones que sólo los espectadores más pacientes podrán entender y hacer que conecten con sus propias vidas.