Por Jaime @_azrad

No podemos llamarle “película” por decreto iraní, pero la filmación y distribución de este material audiovisual es el ejemplo perfecto de la utilización del cine como herramienta social. En diciembre de 2010, el director iraní Jafar Panahi fue sentenciado a seis años de prisión y a 20 años sin hacer películas por apoyar con éstas a las manifestaciones en contra de la dudosa reelección de Mahmoud Ahmadinejad, actual presidente de la República Islámica.

No es una película es un acto de valentía y espíritu inquebrantable, en ella vemos una denuncia sobre la censura oficial del estado islámico y una resistencia creativa que sobrepasa los procesos legales que Panahi atraviesa para regresar a filmar. Este documental tiene como protagonista al mismo Panahi, quien codirige con Mojtaba Mirtahmasb, enfrentándose a la tiranía y la represión en el día en que la sentencia le será dictada.

Legalmente imposibilitado de gritar “corte” o “acción”, el ganador del León de Oro en el Festival Internacional de Cine de Venecia se refugia en su departamento esperando el dictamen. Mientras, Panahi habla sobre los sucesos memorables de sus filmaciones anteriores: la esquizofrenia de uno de sus actores, la negación de una pequeña niña a continuar filmando a la mitad del rodaje y otras remembranzas que le ayudan a viajar, y a la audiencia también, entre los escapes de la cruda realidad que le azota.

Muchas cosas se dan cita en el aparentemente vacío transcurso del tiempo. Las noticias en la televisión y el servicio a domicilio de los restaurantes son evidencia de los días y las horas que frustran a Panahi al no poder emprender proyectos; a la par de esto, el festejo del año nuevo persa se celebra a medias en las calles, pues sus principales tradiciones (como el uso de fuegos artificiales) fueron prohibidas por el presidente, quien argumenta que estos violan la ley islámica.

Los mensajes se mezclan entre metáforas y palabras que son palabras por sólo segundos y, como en la filmografía de Panahi, el contenido evoca a la política y la crítica social sin hacer de estos temas algo tangible en ningún momento. Del director que no puede dirigir, y que ha sido reconocido en Cannes, Berlín y San Sebastián entre otros, recomiendo ampliamente The white balloon (1995) y The circle (2000).

El cine que surge de la represión del fundamentalismo islámico tiene mucho por decirnos, su maestría por esconder un mensaje entre símbolos y acciones se refleja en cintas impactantes como Una separación, la ganadora del Oscar este año. No es una película contienen mensajes que derivan en una escena final catártica y de profunda reflexión que, con o sin un guión planeado, refleja las imposibilidades de ser libre en un país donde la religión exacerbada y el estado son lo mismo.