Por Ira Franco

¿Escenas de sexo? Casi tantas como una tarde de youporn.com. Mejor filmadas, claro. Y si la culpa cristiana te ataca de pronto, aun a nivel inconsciente, lo único que verás es sexo gratuito, sexo doloroso, la triste historia de una adicta al sexo desde los 15 años hasta la edad madura. Pero Nymphomaniac es mucho más que eso: es una película sincera, como muy pocas de Lars von Trier.

El director danés nos tiene acostumbrados a bromas cínicas y sádicas sobre casi cualquier tema, desde el hambre y la pobreza en el mundo (The Five Obstructions, 2003) hasta la esclavitud, el poder y la violación (Dogville, 2003). Se ha dicho que tiene tendencias nazis –por un chiste mal comprendido en Cannes− y sobre todo, que odia a las mujeres, pues todos sus personajes sufren en inconmensurables dramas que rayan en la gracia involuntaria, además de que algunas de sus actrices −como Björk, por ejemplo− juran una especie de tormento psicológico al ser dirigidas por él.

En Nymphomaniac, sus mujeres son distintas: a pesar de sus dolencias, están llenas de dignidad. Podría jurar que, como a todo gran artista, a Von Trier le llegó, por fin, la horma de su zapato, una mujer como Charlotte Gainsbourg que tiene la extraña cualidad −desde Antichrist, 2009− de funcionar como su juguete y, al mismo tiempo, su ama dominante. Gainsbourg se resiste a ser analizada, se resiste a sufrir. Desde niña, Joe (Stacy Martin/Gainsbourg) se adueña del acto sexual como la única rebelión verdadera contra una sociedad obsesionada con el amor romántico.

“El amor lo distorsiona todo”, dice Joe, y sabemos que es presa de una soledad incurable, sí, pero mal haríamosen acercarnos a ella sólo en términos freudianos como una mujer “insatisfecha”. Su cacería es cruel, pues a veces sus presas se enamoran de ella, pero resulta un intenso relato sobre el poder femenino. Von Trier no es capaz de humillar a Joe: ella misma cuenta su historia, bajo sus propias subjetividades. La vida que le cuenta a Seligman (Stellan Skasgård) luego de que él la rescata herida de un callejón oscuro, es apenas un cuento editado de cómo se ve ella misma.

Mientras toma un té y desarrolla una peculiar simpatía con él. Joeencuentra formas de recordar a su padre (Christian Slater) quien le enseñó a observar las ramas de los árboles en invierno y sus primeros viajes en tren, cuando apostaba con su amiga sobre el número de hombres que se podía tirar (en el sentido ninfomaníaco del verbo, claro). Excepto Shia LeBeouf (uno de sus amantes), el resto de los actores ofrece un tributo estupendo a la magnum opus de Von Trier que, con mucha razón viene en dos volúmenes y estrenará su segunda parte este mismo año. Al menos yo, muero de ganas de ver lo que sigue.