Por Héctor Mendoza

A veces, por puro prejuicio, solemos colocar a la comedia en la canasta de los objetos cinematográficos prescindibles, pero entonces llega una que, con una elegante bofetada conceptual, nos recuerda lo absurdo que es confiar en ellos (los prejuicios). Esta película es paradigmática al respecto.

Ambientada en la Francia provincial de los 70, la historia es protagonizada por Catherine Deneuve, quien encarna a una de esas mujeres que batallaron para salir de la estructura machista que las consideraba meros trofeos para los varones “exitosos”. Sin embargo, la sátira es tan puntual que por momentos parece llevar mensajes incluso políticos, concretamente hacia la situación de Nicolas Sarkozy y su esposa, Carla Bruni, cuando la película se filmó, en 2010.

Lo cierto es que el esposo de Suzanne Pujol (Catherine Denueve), Robert (interpretado por Fabrice Luchini) es el típico jefe agresivo, insensible con sus empleados y, por extensión, con su esposa e hijos. Por si fuera poco, tiene todos los clichés de los derechistas europeos. Y para complicar más la situación, Joëlle Suzanne, la hija es como su padre, y el hijo, Laurent (Jérémie Renier) es un izquierdista (como eran los izquierdista de los 70). ¿Más? Pues sí: Robert tiene una amante y su esposa lo acepta abnegadamente. Sin embargo, una situación de salud viene a cambiar todo y Suzanne toma las riendas de la fábrica con ayuda de un ex, interpretado por Gérard Depardieu. A partir de entonces se descubren dones insospechados de la protagonista y, por supuesto, las objeciones de un reaccionario.

Visualmente, el pueblo donde tiene lugar la historia, Potiche, que le da nombre a la película, tiene varias alusiones juguetonas, comenzando porque en francés se refiere a un jarrón decorativo. Y todo lo demás está lleno de equívocos y diálogos realmente ágiles. La película es muy atractiva y, como se decía al principio, es otra reivindicación de la comedia inteligente. Buena recomendación.