Por Verónica Sánchez Marín

Es el verano de 1965 en una isla de Nueva Inglaterra. En el hogar de los Bishop, Suzy, la hija mayor de la familia, planea su fuga. A la distancia Sam, su alma gemela, abandona el campamento boy scout Ivanhoe al que pertenece. El punto de encuentro: Una isla desconocida. Se conocieron un año antes y en ese tiempo los dos eran acosados por una desesperación existencial que se desvaneció desde el primer encuentro. Los jóvenes enamorados de apenas doce años conviven, mientras tanto, en una comunidad donde la mayoría de los adultos parecen dominados por el silencio y la derrota afectiva.

La incipiente pareja se ha tomado muy en serio los proyectos a futuro sobre el amor, los libros, la vida misma. A pesar de su edad, actúan como si fueran personas mayores. Ella usa delineador de ojos azul brillante; él una pipa de mazorca de maíz. Tienen prisa por vivirlo todo antes de llegar a la vida adulta, con sus peleas y arrepentimientos. Y escapan hacia ese delta en vísperas de una tormenta.

Wes Anderson crea con Un reino bajo la Luna (Moonrise Kingdom, EUA 2012) un filme sobre un mundo pequeño en el que suceden grandes cosas: la mirada del primer descubrimiento, el amor, el desamor, las calamidades, el aprendizaje de la rebelión fundacional, y la muerte. Dibuja con humor —entre excéntrico y blanco— la belleza de un mundo fantástico que se acentúa por sus personajes frikis y sus diálogos rebuscadamente naíf.

El poder visual y emocional de la cinta provoca en el espectador la sensación de hojear las fotos y los recuerdos de la adolescencia. Y es que gracias al trabajo de fotografía de Robert Yeoman, Anderson matiza los colores y consigue darle al filme el tono de una descolorida fotografía Polaroid. La cámara recorre planos exquisitos, cuidados al detalle, articulando la lógica interna de un universo ordenado bajo la que se intuyen las zonas de sombra del aislamiento y la melancolía.

La película abre con la cita de fuga de Suzy (Kara Hayward) —hija mayor de la familia Bishop—, y Sam (Jared Gilman) —un joven abandonado por su familia adoptiva—, en un campo. Ella trae su mascota, un gatito que alude a la vulnerabilidad de los aventureros en el futuro, su música y sus libros favoritos en una maleta; él su equipo de camping. Por parafrasear una canción de La Mandrágora: él lo que tiene importancia, ella todo lo importante.

Inician el viaje a pesar de los peligros tanto naturales como humanos. Logran establecerse en Un reino bajo la Luna y procuran ambientar su estancia con canciones de pop francés que faciliten el camino para alcanzar el romance perfecto.

Aunque la historia de ambos tiene el encanto de un cuento de hadas con algo de terror, ellos no juegan al amor. Están enamorados y eso es lo más real en su mundo. Los padres de Suzy, la Señora y el Señor Bishop (Bill Murray y Frances McDormand), un matrimonio en descomposición, descubren la huída y comienzan la búsqueda acompañados por la tropa boy-scouts Ivanhoe, comandada por el Maestro Scout Ward (Edward Norton). En un exceso, durante el itinerario hacen todas las cosas habituales de exploración, pero con giros divertidos, alarmantes, y extraños, como construir una casa en un árbol tan alto como un nido de águila.

A partir de aquí se introduce a la narrativa una coreografía de personajes y actuaciones deliciosas como el magnífico Harvey Keitel haciendo de boy scouts o el durísimo Bruce Willis en el papel del policía melancólico y amante de la Señora Bishop; o Tilda Swinton como la severa trabajadora social. Tras muchas idas y venidas la joven pareja es separada. Varios acontecimientos suceden antes de que Suzy y Sam vuelvan a reencontrarse.

Los flash-backs en la historia narran cómo Suzy conoció a Sam, cómo se escribieron el uno al otro, compartieron sus secretos y planes. Se trata de cómo construyeron un mundo paralelo entre los adultos.Desde su primer largometraje en 1996, Bottle Rocket, Wes Anderson ha construido historias donde la comedia y el drama se dan la mano. Ficciones que bajo su tutela se tornan en sucesos meramente entrañables y surrealistas. Y es que Moonrise Kingdom resulta también una película sobre el desconcierto en la juventud ante la adultez próxima. Un caos subrayado por los movimientos de cámara que barren la casa de los Bishop, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha y de arriba abajo.

El soundtrack del filme es otra joya, perfectamente ensamblada: las variaciones de Britten aluden a las formas del amor humano; los temas de Hank Williams acompañan a los personajes más solitarios del filme y el pop sofisticado de Françoise Hardy, a los amantes.

A pesar de la luminosidad del filme, como en todas las películas del cineasta norteamericano, hay en el ambiente y los personajes una melancolía profunda, una sensación de pesar evidente. La edad adulta puede parecer tan desesperadamente dolorosa. Y la pubertad un reino bajo la Luna.