Por Jaime @_azrad

Una cinta de acción y espionaje ubicada al final de la Guerra Fría, ¿suena conocido? Sí, hay emociones genéricas prefabricadas a la orden del día en esta totalmente predecible película, y nada más.

Michael Brandt nos entrega falta de tensión, personajes inverosímiles y nula coherencia narrativa en su filme. Además, la mejor secuencia es la del principio, en la que dos ex agentes de la CIA deben atrapar a un asesino ruso de nombre bastante risible (y que todos presumían muerto), y a partir de allí todo va cuesta abajo.

Richard Gere o Juan Pérez, nos da igual cuando no hay sentido alguno en la trama y nada parece indicar que las cosas mejorarán. Los valores de producción, como siempre en estas películas, son de primera; las persecuciones y las explosiones no se dejan opacar por nada, y es lo que mantiene a la gente despierta.

La acción no deja de darse, pero la forma en la que nos la cuentan hace que no nos importe ni tantito. Los saltos en el tiempo utilizados torpemente ocasionan un sentimiento en el que todos los sucesos de Misión secreta parecen un error, y el gran secreto (que generalmente da un giro en este tipo de películas) es revelado con mucha anticipación.

Como consecuencia, el director se las ingenia para seguir sorprendiendo con pequeños imprevistos fuera de lugar. Las incoherencias parecen ser más baratas por mayoreo, y el deseo porque termine la película se vuelve un lujo más cercano conforme avanzan los segundos.

Sin embargo, están los fanáticos de la acción sin sentido que la disfrutarán como una más que les llena las horas. Para los que no lo sean, hay mejores opciones en cartelera.