Martin Scorsese se declara inocente. Dice que él no tiene la culpa de que sus películas levanten polémica y se conviertan en escándalos. Los desnudos, el lenguaje soez y la violencia son parte de la vida real.

Educado en un colegio católico, Scorsese llegó a ser aspirante a seminarista a los 14 años en el Cathedral College de Nueva York, pero dejó el sacerdocio porque un día supo que sería incapaz de cumplir con el celibato. Su opción fue volverse cineasta, dentro de la generación que renovó al cine de Hollywood en los años 70.

Con una cámara en lugar del púlpito, retrató la miseria moral de personajes en permanente estado de desesperación, individuos violentos y sexuales, que viven en el límite de la perdición llevados por sus pasiones y sus impulsos. Pecadores, pues.

Pero Scorsese está lejos de levantar un dedo acusador. En lugar de ello se apiada de sus personajes, algo que hace que incluso sus peores villanos resulten cercanos y creíbles.

En la “Little Italy” del Nueva York de su infancia pululaban los tipos rudos, pero también el mundo se regía por un código de honor siciliano, en el que la familia, Dios y la lealtad son valores inviolables. Incluso el director parece ajustar cuentas con la Iglesia en Los infiltrados (2006), cuando Jack Nicholson encara a unos curas y les reclama por sus abusos sexuales.

Para Scorsese el mundo se mueve por la malas pasiones, pero junto al pecado está la redención. Sus personajes se hunden hasta tocar fondo, pero al final se redimen. O mueren en el intento.

En sus mejores películas los pecados capitales son el tema central que mueve las historias. El drama humano de Jesús en La última tentación de Cristo (1988), la espiral de degradación de Robert De Niro en Taxi Driver (1976) o de Ray Liotta durante toda una vida en Buenos Muchachos (1986), e incluso durante solo una noche, como le ocurre a Griffin Dunne en Después de Hora (1981). Esos pecados llegan al extremo en su nueva película, El Lobo de Wall Street (2013), un “festival de la avaricia”, como dice el protagonista.

1.- Lujuria. El sexo es uno de los motores en casi todas las películas de Scorsese. La escena en que Robert de Niro seduce a una adolescente Juliette Lewis en Cabo de miedo (1991), o las orgías de prostitución en El Lobo de Wall Street. La pequeña película perfecta que es el corto Apuntes al Natural, dentro de Historias de Nueva York (1989), donde el pintor bohemio Nick Nolte muerde el polvo por la juvenil Roxanna Arquette.

2.- Avaricia. Los gángsters de Scorsese están dominados por la pasión por obtener riquezas que los hace cometer los peores crímenes, pero que a la vez son su perdición. Ya sea en Casino o Buenos Muchachos, pero también en películas como El Rey de la Comedia (1982) y Quiz Show (1994), la codicia por los bienes materiales parece condenar a los personajes.

3.- Ira. En Taxi Driver el protagonista es un veterano de Vietnam que está furioso con el mundo, y un día decide hacer justicia por su cuenta, mientras que en Buenos Muchachos, Joe Pesci tiene arrebatos de enojo que terminan en sangre y crímenes. En Los infiltrados, un árabe atacado por los pandilleros se pregunta: “¿Qué les pasa en este país que todos se odian?”.

4.- Envidia. Cada uno quiere tener lo que el otro tiene. Las guerras con cuchillos carniceros en Pandillas de Nueva York (2002) tienen como objetivo poseer lo que los rivales tienen, algo que también mueve al mundo de la Gran Manzana en La edad de la Inocencia (1993), donde la alta sociedad del siglo XIX compite entre sí con modales un poco más finos educados pero con la misma violencia de siempre.

5.- Gula. La búsqueda del placer domina a muchos de los personajes de Scorsese. En Buenos Muchachos hay una detallada secuencia en torno del menú de lujo de los pandilleros en la cárcel, en tanto que los banquetes de pasta y la pizza son habituales. El consumo desenfrenado de drogas y de alcohol es otro de los temas siempre presentes.

6.- Pereza. En el mundo híper masculino de Scorsese, las mujeres son definitivamente perezosas y receptoras de la acción de los hombres. Languidecen borrachas y desnudas en habitaciones de lujo, como Sharon Stone en Casino. Muy pocas mujeres son activas y llevan adelante la acción, salvo las protagonistas de Boxcar Bertha (1972) o Alicia ya no vive aquí (1974), dos películas de sus inicios con tema claramente feminista, a los que Scorsese no ha vuelto.

7.- Soberbia. Los delirios de grandeza son la perdición de los personajes que llegan hasta la cúspide y luego caen a lo más bajo. Ahí está la megalomanía de Leonardo Di Caprio en El Aviador (2004) o la sociedad neoyorquina del siglo XIX en La edad de la inocencia (1993). En la nueva cinta de Scorsese, El Lobo de Wall Street (2013), el festival de la soberbia llega a su cumbre.