Por Juan Carlos Villanueva

Es fácil discernir por qué Casey Affleck decidió zambullirse en las aguas más turbias, desoladas y caóticas que se desbordan de una historia llamada Manchester By The Sea, dirigida y escrita por Kenneth Lonergan, y con Michelle Williams y el propio Affleck como protagonistas. Affleck sabe que “el ser humano sólo es auténtico cuando se ve vulnerable, en peligro, en soledad”, me decía en una charla cuando divagábamos acerca de ese hielo quebradizo que conocemos como vida.

Y es que, precisamente, esta cinta narra la historia de Lee Chandler (Affleck), un hombre torturado por un trágico error en su pasado que se ve obligado a regresar a su pequeño pueblo natal tras el fallecimiento de su hermano y, entonces, cuidar de su sobrino adolescente.

Es entendible por qué Affleck vibra, se intensifica y se muestra tan real en esta cinta, pues la paternidad de dos hijos lo conecta sin escalas con esta historia, un complejo y desgarrador estudio del dolor causado por la pérdida, los devastadores efectos de la depresión y la soledad.

Lonergan tuvo la certeza de filmar en invierno, donde una gélida escenografía presagia que el viaje calará hasta los huesos. El periplo de la historia da tumbos entre ataques de ira por un frustrado Lee, que se dedica a reparar tuberías en un edificio, surtirse de puñetazos las noches en el bar y arrastrar viejos fantasmas.

Hay pequeños coqueteos de sarcasmo y humor negro, inteligente y fino, que jamás echa a perder semejante drama. Estamos ante un Casey Affleck que, dicen mucho, se perfila hacia el Óscar. Los pronósticos no son tan descabellados, si pensamos que Amazon desembolsó 10 millones de dólares por la adquisición de esta cinta, que tiene todos los elementos dramáticos que tanto gusta a la Academia y que Affleck se esmeró para conseguir, sino la actuación de su vida, sí un melodrama que te hace pensar que el hielo quebradizo bajo nuestros pies se romperá en cualquier momento.