Por Ira Franco

Luc Besson regresa a su estado ideal: las películas de dudosa premisa pero realizadas con maestría y acción. Como lo hizo en los 90 en algunas entregas afortunadas —sobre todo en Nikita (1990) y El quinto elemento (1997)—, Lucy (2013) también explora la fortaleza de una mujer luego de una situación límite, aunque esta vez, el guión resulta mucho más común: una mujer que servirá de “mula” para traficantes de drogas en Taipei sufre una sobredosis de una droga experimental que, accidentalmente, le otorga poderes de humano evolucionado.

Besson explora esa vieja creencia (errónea) de que los humanos sólo usamos 10% denuestra capacidad cerebral, y la convierte en una cinta entretenida, sin muchas pretensiones, pero que al menos no se autocensura con la idea de que las películas deben responder a la verdad. Es cierto que la narrativa de Besson es un poco chabacana (cada que Lucy aumenta su capacidad cerebral un gran número sale en la pantalla avisándonos), pero es de reconocer la libertad que se toma para cada minuto hacer más desproporcionados los elementos fílmicos: gestos robotizados de Scarlett y teorías bessonianas sobre el tiempo y el espacio que dejarán a más de un purista una úlcera péptica.

Pero en las películas de Besson siempre hay un breve momento memorable que hace que todo valga la pena, aquí ocurre en una llamada de Lucy a su madre, nos damos cuenta de la verdadera pregunta que se hace esta historia: si nuestro cuerpo y nuestra conciencia fueran modificados progresivamente, ¿en qué momento dejaríamos de ser humanos? Quiero pensar que el resultado de Lucy es también una colaboración creativa con Johansson quien, últimamente, se ha hecho presente en las pantallas como una especie de Marilyn-de-acción, una mujer muy femenina que, sin embargo, puede ser peligrosa: como un sistema operativo en Her (Jonze, 2013) o como un alien en Under the Skin (Glazer, 2013).

Aunque hay que decir que con Besson, a veces se tiene la sensación de que el proceso de creación de sus cintas debe ser más divertido que el resultado, pero en Lucy logra rescatar la urgencia de una buena película de acción: persecuciones en auto en sentido contrario, explosiones y un villano que usa bien su distancia intimidatoria. Besson dejó de ser aquel cineasta que podía convocar el asombro con la profundidad de sus personajes: nadie que haya visto The Professional (1994) olvidará el poder que solía tener este director para narrar los vínculos insólitos entre, por ejemplo, una niña y un asesino. Sin embargo, el director francés mantiene un cierto desenfado para contar estupendas historias que son un género en sí mismas: el género Besson.