Por Jaime Azrad @_azrad

Ya está aquí. La furia de los fanáticos se aboca esta vez a una saga menos polémica que la de los vampiritos que brillan y, reconciliando a los polarizados críticos, hará que a todos se les caiga la baba.

En esta adaptación de la novela homónima de Suzanne Collins,Panem es una civilización que sobrevivió a la destrucción de Norteamérica y domina a los 12 distritos que la rodean. Cada distrito ofrece a dos jóvenes por año para participar en un televisado ritual que sólo tiene un ganador: los 24 muchachos son enviados a la ‘arena’, una especie de coliseo, en donde su lucha a muerte se convierte en entretenimiento de la población.

Al pueblo pan y circo, dirían los romanos; nosotros le llamamos fútbol (claro, sin el dramático contexto) y los gringos reality shows. Pero bueno, la historia es de Katniss (Jennifer Lawrence), quien se voluntariza a participar de los ‘juegos’ (sí, aunque sean a muerte así les llaman) para evitar que su hermanita tenga que ir.

Con las probabilidades en 23 a 1, Katniss debe desarrollar una estrategia que la mantenga viva, todo se vale para evitar la muerte (y mantener satisfecho al público) y el guión lo sabe. La violencia se deja venir sin miedo a ser censurada y los límites del comportamiento social son probados en cada escena de pelea en los juegos.

Mientras tanto, la clase dominante o ‘El Capitolio’ demuestra la decadencia absoluta de la sociedad occidental. El entretenimiento burdo y la superficialidad de sus habitantes es un clarísimo espejo de, pues, nuestro ‘capitolio’. En pleno contraste con la forma de vida en los distritos, las excéntricas vestimentas y el maquillaje excesivo parodian la famosa imagen pública de la política en nuestro mundo.

La cinta es activa y no se cansa, la furia se combina con la precaución para sobrevivir en un mundo en donde, literalmente, el propósito de todos es destruirte. Empieza intensa y termina intensísima, mantiene al borde del asiento en todo momento y provoca reflexiones mientras emociona cada vez más.

La ciencia ficción abre posibilidades de crítica social en sus tramas, y quizás esta película pudo aprovechar con más ímpetu esta oportunidad. Con la mirada puesta en los juegos, la historia olvida un poco este propósito, pero funciona como un todo para configurar su discurso socio-apocalíptico bastante contundente.

Aunque se presume futurística, la cinta es más una historia paralela a nuestro presente que nos puede servir como advertencia de muchas cosas. Los juegos del hambre escenifican nuestro apetito por la barbarie, y con una interpretación muy atinada de Jennifer Lawrence (Invierno profundo, 2010), ponen a prueba qué tanta moral estamos dispuestos a sacrificar por mero entretenimiento que dé sentido a nuestra existencia (o se la quite).