Pobre Pedro, cuando dices su nombre lo primero que viene a tu mente serán sus famosas chicas, su fanatismo cuasi religioso por las familias rotas, o sus temáticas gay-friendly. Pobres de nosotros si pensamos así y no nos damos cuenta que Almodóvar es el mejor guionista en lengua castellana, y maestro del cine negro. Un Hitchcock manchego. Desde Carne trémula se notaba que tenía facilidad para generar suspenso a partir de personajes oscuros y con pasados tormentosos. En esta película, Los abrazos rotos, sus técnicas de intriga fílmica llegan a su máximo esplendor.

Las historia es narrada en flachback y con la voz en off de Harry Caine, un director de cine invidente que recuerda el amorío que tuvo con una actriz, Elena (una Penélope Cruz, camaleónica, dulce y sensual), durante el rodaje de la cinta Chicas y maletas. Su felicidad es interrumpida cuando el esposo de la chica, Ernesto Martel, un empresario multimillonario decide romper este triángulo amoroso con una artimaña sádica: el sabotaje de la película.

Almodóvar nos enfrasca en una venganza sentimental donde el dolor no proviene del daño físico, sino del terror que encabeza Martel: no sabemos en qué momento le dará fin a su planes maquiavélicos. Sin embargo, aparece un subtrama que redondea esta cinta como una obra trascendental en la filmografía de este director. La filmación de la película ficticia Chicas y maletas, una comedia con tintes visuales y dialécticos que nos recuerdan Mujeres al borde de un ataque… Almodóvar le realiza un homenaje a su arte, al mundo de 35mm donde el odio y el amor se fusionan en abrazo roto.