Por Ira Franco @irairaira

Tarantino es puro estilo, pura forma e inteligencia de cantina que, con un estado de ánimo correcto, resulta insuperable. A veces, sus entregas son fallidas e infinitamente aburridas –como Django Unchained (2012), por ejemplo–, pero Los ocho más odiados resulta un ejercicio brillante de estilo, un western épico de venganza, con un cuarto cerrado como escenario principal.

El reparto es espectacular, incluye a Tim Roth, Bruce Dern, Michael Madsen y hasta Damián Bichir; sobresale Kurt Russell, un cazador de recompensas que lleva a la fugitiva más buscada, Jennifer Jason Leigh, a que la enjuicien y la cuelguen. Pero cuando una tormenta invernal los encierra en un viejo hostal, el absoluto monarca de los monólogos extremos es Mr. Samuel L. Jackson, quien lleva a buen término este guión escrito de manera soberbia, con disertaciones sobre lo que significa ser negro en el Wyoming del siglo XIX.

No se busque sustancia o muchas ideas en esos diálogos; hay que echar a andar la absurda maquinaria de la sinrazón y la violencia cruda, que Tarantino aprovecha bien para hacer comedia cáustica. Pongan atención en el score compuesto por Ennio Morricone que dicta casi por completo el ritmo del montaje y el tono general que hace funcionar esta cinta (ya ganó un Golden Globe).

Morricone había jurado no volver a trabajar con este cineasta, dicen que Tarantino lo convenció, quizá porque entendió, como muchos años antes lo hiciera el gran Sergio Leone, a quien ésta película le debe tanto, que invitar a Morricone es aceptar su coautoría. ¿Otra “tarantin’ada”? Sí, pero ésta es, al menos, refrescante.