Por Carlos Arias

Irak es la cuna del mal. Si en El exorcista (1973) la historia arrancaba en el desierto de ese país, esta vez el maligno se revela también en Irak pero en 2010, cuando un grupo de soldados estadounidenses realiza una incursión nocturna y se encuentran literalmente con el “eje del mal”… en la forma de un ser diabólico.

Líbranos del mal (Deliver us from devil, 2014) es una variación moderna, post-gore y apocalíptica en torno de la cinta clásica de William Friedkin. Sólo que esta vez, en lugar del buen cura exorcista Merrin (Max von Sydow), el protagonista es Sarchie (Eric Bana), un policía que patrulla por la noche las calles peligrosas del Bronx, el barrio bravo de Manhattan donde ahora no sólo hay drogadictos y delincuentes, sino también seres diabólicos, víctimas poseídas por satán y un ser maligno que manda mensajes en clave usando las letras de canciones de The Doors.

De alguna forma el maligno ha salido de Irak, se hizo fan de Jim Morrison y ha llegado a las calles de Nueva York para librar una nueva lucha contra el bien. Y para Sarchie lo que parecía una investigación en torno a un presunto asesino serial conduce a una cacería sobrenatural en la que la cruz y el padrenuestro pueden ser más efectivos que la placa y la pistola del policía.

La historia, aunque parezca increíble, está basada en hechos que se presentan como reales, según son narrados por el auténtico Ralph Sarchie, un ex policía neoyorquino que dejó el uniforme azul y el tolete para narrar las supuestas historias sobrenaturales ocurridas durante sus años de servicio.

El realizador es Scott Derrickson, quien ya había realizado un par de variaciones en torno de temas similares con El exorcismo de Emily Rose (2005), sobre un exorcista que era acusado de un crimen, y Siniestro (2012), donde los asesinatos seriales se mezclaban con el terror sobrenatural.

En el caso de Líbranos del mal, Derrickson juega bien sus cartas. En lugar de poner en primer plano los efectos especiales, el realizador y guionista juega a ocultar a sus monstruos en una noche permanente, y convierte a la urbe en una ciudad apocalíptica, sucia y caótica, al estilo de Seven (Fincher, 1995), donde los callejones ocultan una fauna amenazante que incluye desde tigres y osos hasta criminales, psicópatas y poseídos. Es en estos elementos donde se encuentra lo mejor de la película, en la construcción de un mundo agobiante y cerrado donde el terror aflora en cada rincón.

Sin embargo, la película avanza en varias direcciones a la vez, como la historia personal del protagonista o el villano aficionado al rock, y termina por desbarrancarse en una confusión donde la trama misma parece inexistente, salvo sucesivos episodios de posesión que avanzan hacia un desenlace bastante previsible.