Por Ira Franco

Una cinta íntima, sustancial, en la que el roce verbal sostiene una difusa pero entrañable tensión sexual entre dos mujeres, la reconocida actriz cincuentona Maria Enders (Juliette Binoche, quien da la ilusión de interpretarse a sí misma) y su joven asistente toda-gadgets-y-tennis-Converse, Valentine (Kristen Stewart).

El director Olivier Assayas parece haber escrito una carta de amor a Binoche, su musa por dos décadas, y le regala las mejores líneas que pueda pronunciar una actriz entrando en el despeñadero de la edad madura.

Assayas se regocija en el delicioso espejeo de una ficción dentro de otra: Enders y Valentine repasan las líneas de aquella obra de teatro que la llevó a la fama cuando tenía 18 años, pero esta vez, en lugar de ser la joven aspirante a femme fatale, tendrá que interpretar a la mujer de 40 que se enamora de ella y lo pierde todo.

Encerradas en una casa de descanso en los Alpes suizos, ambas mujeres parecen perder los límites de aquellas líneas del texto teatral y las que necesitan decirse, aunque sea de prestado.

El tono es bergmaniano, pero la química entre estas dos actrices pone el acento en la fruición femenina por lo verbal, una experiencia de juego espontáneo y secreto.

Las nubes de María fue nominada este año a la Palma de Oro en Cannes quizás por ese sinuoso storytelling que hace del término “metanarrativa” un engranaje para el buen cine.