Por Alejandro Alemán

Más que una cinta, Las buenas hierbas

es una fábula neo hippie zapatista que se desarrolla en el mero

corazón de Coyoacán. Dalia (Úrsula Pruneda), treintañera y

madre soltera, vive en un bonito pero modesto departamento (con muebles

de madera y adornos de papel, faltaba más) junto con su hijo Cosmo;

trabaja (es un decir) en una radio comunitaria donde otros "jóvenes"

como ella denuncian los grandes abusos del poder mediante sendas peticiones

como "recuperemos el nopal de nuestro escudo nacional…lo andan mutilando

en la papelería oficial del gobierno" (sic).

La vida tranquila y apacible de Dalia

cambia radicalmente cuando a su madre (interpretada por Ofelia Medina,

para hacer redondo el cliché) le diagnostican Alzheimer prematuro.

Su madre, por supuesto, es maestra en la UNAM.

Asíes, Las

Buenas Hierbas es una feria de clichés, aunque con buenas intenciones.

La fotografía, la música y el ambiente general de la cinta evocan

a la misma sensación de cuando tu abuelo (el más viejo y experimentado)

te cuenta una anécdota al calor de un buen té. Su historia podrá

tener 20 agujeros en la trama, pero te quedas escuchando porque lo respetas,

aún cuando la mitad de lo que te platica sea dudoso e inverosímil.

María Novaro, responsable de esta

cinta, es una de las pioneras de la dirección de cine en México. Su

ópera prima Lola (1989) era un poderoso retrato de una madre

soltera que se debatía entre su adolescencia perdida y el cuidado de

su pequeña hija. Su segunda cinta, Danzón (1991) es una road

movie donde una mujer madura va en busca de su desaparecida pareja

de baile sólo para descubrir un poco de su libertad negada con los

años.

Ahora, Novaro habla sobre la vejez,

sobre nuestros padres y sobre el cambio de papeles que hace necesario

que seamos ahora nosotros los que cuidemos de ellos en sus últimos

días.

Novaro entonces cierra el círculo

de su temática cinematográfica, pero si bien antes no dudaba en ser

directa en sus imágenes, árida en su tratamiento y audaz en sus argumentos,

ahora se ha tornado completamente inverosímil; se ve a una directora

más entregada a retratar ese mundo idílico de la militancia y la conciencia

social, y menos dedicada a contar una historia real.

Las Buenas hierbas salva un poco

el momento con la actuación de una siempre profesional e intensa Ofelia

Medina (que entrega la mejor secuencia de la cinta, una donde se refleja

el verdadero terror de tener un familiar con Azlheimer) y de su coestrella,

Úrsula Pruneda a quien le sobra carisma como para enamorar a la cámara.

Con muchos premios a cuestas -varios

de ellos ganados en el pasado Festival de Cine de Guadalajara- Las

buenas hierbas en todo caso apunta a público maduro que guste de

aquellas historias donde invariablemente "todo tiempo pasado fue mejor"

y todo futuro, inevitable.