Por Carlos Arias

El director vasco Alex de la Iglesia es una marca registrada. Desde hace más de dos décadas practica un humor sin censuras que ha conquistado una legión de seguidores. Un director de culto para varias generaciones de frikis que han disfrutado su mezcla de parodia, humor negro, chistes bizarros e incorrección política.

Una personalidad que asentó su fama con películas como Acción mutante (1995), El día de la bestia (1995) y Perdita Durango (1997), hasta Crimen ferpecto (2004), en las que combinaba los géneros internacionales como el horror, el thriller, el western o la ciencia ficción, en un tono de parodia y humor sangriento, todo con el “sabor local” ibérico.

Esta vez el realizador vuelve a ese estilo con Las brujas de Zugarramurdi (2013), una historia excesiva, como todo lo suyo, con personajes al borde del mal gusto, mutilaciones, mucha salsa de tomate y la pandereta española batiendo en lo más alto.

En plena crisis económica ibérica, un par de ladrones aficionados asaltan un local de compra y venta de oro en pleno centro de Madrid. Son José (Hugo Silva) y Antonio (Mario Casas), quienes huyen con destino a Francia llevando al hijo del primero. Mientras, los persiguen una esposa histérica (Macarena Gómez) y un par de delirantes policías.

Los fugitivos, que llevan como rehenes a un taxista y a un pasajero, deberán pasar por el pueblo vasco de Zugarramurdi, donde se encontrarán con una legión de brujas dirigidas por Graciana (Carmen Maura) y la sensual Eva (Carolina Bang), quienes arman un aquelarre que recuerda a la fiesta nocturna de Satánico Pandemonium en Del crepúsculo al amanecer (Robert Rodríguez, 96).

Las brujas de Zugarramurdi marca el afortunado retorno de Jorge Guerricachevarría como co-guionista de De la Iglesia, su cómplice en aventuras de humor macabro, quien vuelve luego de una interrupción en Los crímenes de Oxford (2008), Balada triste de trompeta (2010) y La chispa de la vida (2011), películas donde el director intentó “madurar” y ponerse profundo… cosa que al parecer no consiguió.

De la Iglesia regresa a sus orígenes, cuando se plantó como realizador de un cine post Almodóvar, por su vocación de romper los limites del buen gusto, con referencias a los géneros populares y en plan de parodia. Se trata de un cine para fanáticos, con personajes que hablan con muchos “coños” y “¡joder!”, y un humor que va desde chistes de golpe y porrazo hasta algunos hallazgos memorables.

Instalado en la parodia e incorrección, De la Iglesia da rienda suelta a los chistes misóginos, con las brujas como encarnación de lo femenino, hembras demoníacas frente a personajes en proceso de divorcio o dominados por mujeres feroces.

La película obtuvo ocho premios Goya en la pasada entrega de 2014, aunque no en los rubros principales, sino por actriz secundaria, efectos especiales, montaje, dirección de arte, sonido, maquillaje, vestuario y dirección de producción.