Phillip Grandrieux desafía la narración cinematográfica convencional, al construir un retrato sórdido, casi mitológico, en donde la desnudez se convierte en vehículo de la obsesión, el deseo, la violencia y los bajos instintos. A través de claroscuros, imágenes desafocadas y, en ocasiones hasta distorsionadas por la cámara en mano, Grandrieux, heredero del cine de horror experimental, busca desentrañar el lado oscuro de la psique humana en este filme, que participó en el Festival Internacional de Cine de Toronto 2002