Otra vez fue gracias a un VHS, porque nunca pude ver Jackie Brown (1997) en el cine. Y lo intenté: caminé con el boleto de otra función hacia la entrada de una sala de Cinemex, pero sentí cómo el chico recoge boletos, tocaba mi hombro y me decía «Esta no es tu función». Pasaron algunos meses hasta que la pude ver porque un primo la rentó durante vacaciones de Semana Santa.

Gracias al letargo creativo de cerca de seis años de Tarantino, por fin, en 2003, vi Kill Bill Vol. 1 en el cine. Estuve expuesto durante dos a la masacre de mis paradigmas fílmicos: la violencia y la venganza podian ser una obra de arte. Estaba una vez más reafirmando mi romance gracias a sus planos secuencias, los homenajes al Bruce Lee, la música y la sangre que brotaba al mismo tiempo que mi emoción.

Al salir de la función un compañero me preguntó si me había gustado la peli.

Asentí, mientras maquilaba ideas para imaginar qué iba a pasar en con “La Novia”, Bill, y su hija que aún seguía viva.