Por Ira Franco @irairaira

En ésta, lloras porque lloras: no hay más que ver la química que tienen los protagonistas y el idilio perfecto del principio para entender que un evento horrible e irremediable se despeñará de algún lindero del guion sin avisarnos, separando a la pareja.

Basada en la novela homónima de M. L. Stedman, esta cinta cuenta la historia de un excombatiente de la Primera Guerra Mundial (Michael Fassbender) y su esposa (Alicia Vikander) – pareja en la vida real, por cierto – que viven en una diminuta isla rocosa australiana donde son los únicos habitantes. El esposo cuida el faro y ella trata de darle hijos, sin suerte.

Todo podría quedarse en la íntima historia de un matrimonio distorsionado por el dolor de no tener descendencia, cuando, de la nada, ambos tienen que poner a prueba los límites de la ética ante la llegada de un pequeño bote que carga a un hombre muerto y una bebé de dos años.

Fassbender lleva todo el peso histriónico de la cinta y la variedad de sus regitros faciales – puede pasar del éxtasis amoroso a la culpa en menos de un segundo – nos guía por una historia firme, aunque, a veces, demasiado extendida en drama para su propio bien.

El directorDerek Cianfrance es famoso por Blue Valentine(2010), otra de las películas más tristes del universo cinematográfico reciente, así que no debe sorprendernos la necesidad de una caja de pañuelos desechables para entrar a ver esta cinta, aunque eso no quita que sea un ejercicio interesante sobre la culpa y la casualidad.