Por Josue Corro

Existe

un fenómeno extraño en los grandes cineastas: el tiempo no los estanca, el calendario

no los vuelve presa del recuerdo, el reloj los hace madurar, evolucionar. Y hoy

en día, no hay mejor ejemplo que el director neoyorquino Martin Scorsese. A

través de más de cuarenta años, cada una de sus historias ha derrocado la rutina y estereotipos

de distintos géneros: gángsters, deportes o dramas de época; pero sobretodo, es

un artista que entiende la violencia no como un acto de indecencia moralina,

sino como un apéndice en la redención del ser humano

Por

esto, al ver La isla siniestra, se siente que el cambio es violento: desde Cabo de miedo -hace casi dos décadas-, no había filmado un

thriller; y todos estos años de ausencia tuvieron plusvalía. Shutter Island es una cinta de suspenso que envuelve desde el primer

minuto, y el final (un giro de tuerca trillado) entrelaza la realidad y la

ficción, de una forma onírica y asfixiante, que invita a que se vea de nuevo, y

comprender cómo no pudiste descifrar lo que ocurría durante casi dos horas.

Y

no te das cuenta porque el guión está estructurado de tal forma que Scorsese

manipula a los personajes para que no logres una empatía con ellos, y te

vuelves así, en un paciente más de esta cárcel-manicomio ubicado en la Bahía de

Boston. Una tarde dos agentes federales, Daniels y Aule llegan a esta isla para

investigar la desaparición una prisionera que tiene un pasado tenebroso: ahogó

a sus tres hijos. Daniels comienza a sospechar que hay algo turbio en esta

institución mental y está dispuesto a que el mundo se entere; sin embargo un

huracán azota la isla, al mismo tiempo que comienza a tener flashbacks acerca

de su participación en la II Guerra Mundial y de su esposa.

Poco a poco, las actuaciones de Leonardo Di

Caprio (Daniels) en una de las caracterizaciones más sólidas de su carrera, así

como el rostro impenetrable de Ben Kingsley (director de la cárcel), te

encaminan hacia una tensión narrativa, que aunado a dos elementos técnicos -muy

Scorsesianos- como la fotografía en tonos ocre, y la música de Brahm, te harán

sentir incómodo… y te preparan para el desenlace. Otro punto rescatable de la

cinta, son las secuencias fantasiosas del protagonista, donde Scorsese hace

gala del uso del CGI, y de nostalgia de las cintas clásicas de los años 50.

Además brinda una viñeta de lo que pudiera realizar si algún día filmará una

cinta sobre el Holocausto. Si algún día como hoy, decide reinventarse, y

presentar una de las historias que jugarán con tu mente durante varios minutos.

Y creeme, la querrás ver de nuevo