Por Carlos Arias

Las chicas no pueden andar en bicicleta. Al menos eso le han dicho a Wadjda (Waad Mohammed), una preadolescente de 10 años que vive en un suburbio tradicionalista de Riad, la capital de Arabia Saudita, un mundo completamente cerrado si eres mujer. Contraviniendo la prohibición, Wadjda hará todo lo posible por comprarse una bici verde, símbolo para ella de la libertad. Desde convertirse en vendedora clandestina de pulseritas a sus compañeras de salón hasta volverse en una experta en el Corán para ganar un concurso en su escuela.

Se trata de La bicicleta verde (Wadjda, 2012), dirigida por Haifaa Al Mansour, promovida como la primera mujer cineasta en Arabia Saudita, un país donde la represión religiosa contra la mujer alcanza niveles absurdos. En México es quizá la primera película de aquella nacionalidad que llega a la cartelera, cuando otras cinematografías del mundo árabe gozan de reconocimiento en el circuito internacional, principalmente la iraní, junto a la histórica de Egipto o la más nueva de Palestina.

El tema de La bicicleta verde es justamente la posición de la mujer en la cultura represiva de Arabia Saudita. Las mujeres deben mantener la cabeza y el rostro cubiertos cuando están en la calle, no deben hablar en voz alta y, por supuesto, no deben ser vistas por ningún hombre que no sea de la familia.

En ese mundo crece Wadjda, quien vive el que parece que será su último año de libertad, antes de convertirse plenamente en una mujer y deba someterse a las restricciones religiosas del mundo islámico, simbolizadas por la obligación de usar el velo islámico, la segregación entre hombres y mujeres y hasta la prohibición de llevar flores a la escuela o de darse la mano.

Otra transgresión de Wadjda es que, en un lugar donde está prohibida cualquier tipo de relación entre hombres y mujeres, tiene un amigo de su edad llamado Abdullah (Abdullrahman Algohani), con quien comparte el sueño de tener una bicicleta propia para echar una carrera de igual a igual.

Con estos elementos, la película avanza hacia un retrato puertas adentro de las mujeres bajo el Islam, un retrato íntimo que abarca desde los chismes, los miedos, los escándalos y la competencia entre ellas. Este es el mejor acierto de la película, el retrato de la relaciones de poder puertas adentro, con una casi total ausencia de personajes masculinos. En la cultura patriarcal, la reproducción y mantenimiento de la dominación no corre a cargo de los hombres, pues de ello se encargan las propias mujeres.

Paradójicamente, la represora directora de la escuela, la señorita Hussa (Ahd), y la maestra de Corán, son las mujeres más poderosas y las únicas que no usan velo. Pueden vestirse, maquillarse o verse guapas y sexis. Como se sabe, el que asume roles de poder puede hacer justamente aquello que le prohíbe a los demás.

La bicicleta verde utiliza un mecanismo que hemos visto en el nuevo cine iraní y que consiste en poner a niños como testigos y protagonistas, lo que permite que la película misma se identifique con esa mirada indagadora y despojada de prejuicios.

Aunque generalmente esas costumbres retrógradas se le atribuyen a Irán, esta vez los vemos en Arabia Saudita, una monarquía absoluta que no es parte del llamado “eje del mal” sino un aliado de Estados Unidos y Gran Bretaña.

La película no cae en truculencias ni escenas violentas, pero tampoco cae en exotismos fáciles ni en tramas de suspenso con vueltas de tuerca que la hagan más contundente. Está más cerca de la denuncia tradicional, con la protagonista como una heroína en lucha por su libertad individual. Con estos elementos, la película consigue un retrato humano de todo un sistema cultural.