Por Jaime Azrad @_azrad

El sistema educativo estadunidense ha sido tema de interés para el cine y la televisión en los últimos años; Indiferencia retrata los retos que la decadencia de los métodos americanos enfrenta con una generación joven que, falta de líderes, camina sin guía hacia la deriva.

El director Tony Kaye muestra un pequeña parte de la vida de Henry Barthes (Adrien Brody), un maestro sustituto que se cruza en las vidas de alumnos, padres y profesores para dar un giro a sus perspectivas. Con temas como el suicidio de adolescentes y la negligencia de padres de familia, el docente da un golpe de realidad a sus alumnos, despertándolos del sueño en el que se han refugiado toda su vida.

Las conversaciones y las acciones de la cinta se fundamentan en un guión que es crudo y poético al mismo tiempo. El existencialismo se cuela entre los diálogos del profesor, mientras es contrarrestado por el muy verosímil lenguaje adolescente que, en más de una ocasión, representa los problemas sociales que afectan a la educación, y que hacen de esta trama un tema universal.

Honesta y sin ataduras, Indiferencia emplea una narrativa que crece de acuerdo al transcurso de los minutos hasta que, inevitablemente, desemboca en una trágica conclusión que va dirigida al espectador, pidiéndole que no se limite a conmoverse con la cinta; que proponga fuera de la sala de cine las posibles soluciones que las escuelas necesitan.

Brody, sutil y reflexivo, da vida a un arquetipo en extinción. Sus agallas, honestidad y motivación son una combinación más extraña cada día; por eso son dignas de este retrato. Sin duda, una cinta reflexiva que incentiva la búsqueda de soluciones a partir del manejo efectivo de los recursos disponibles en pantalla.