Por Josue Corro

Irónicamente, esta cinta es

para estómagos fuertes, estómagos que pueden soportar escenas desgarradoras, inhumanas, y después dejarse enamorar por la belleza con

la cual un hombre puede encontrar la redención.

Hunger es

la biopic de Bobby Sands, un prisionero irlandés de la IRA, el líder de una huelga de hambre dentro de

una prisión británica. La razón: el maltrato hacia los prisioneros que forman

parte de esta organización revolucionaria.

Pero lo impactante de esta cinta, es la forma en que el director Steve McQueen (ganadora de la Cámara de

Oro en Cannes), nos la presenta en tres partes: la

primera es la vida de un guardia de seguridad y de dos prisioneros quienes se

rehúsan a vestir el uniforme de la prisión, así como bañarse, en son de

protesta contra el gobierno de Margaret Thatcher.

Otra parte del film, se

centra en Bobby Sands (una impactante e inolvidable actuación de Michael

Fassbender) y su huelga de hambre. En esta sección de la obra de McQueen, se

nota su maestría de estética, su don para poder explotar a sus actores, y sobre

todo un talento inusitado para el manejo y la intención de la cámara como

narrador visual: filma una escena entre Sands y un cura en una sola toma que

dura más de 15 minutos. Una joya a nivel técnico, que también resulta ser el

momento catártico del film. Sands le expresa al padre la importancia que tiene

su huelga para el futuro de Irlanda, y de la dignidad de los presos políticos;

por su parte el cura trata de sabotear su plan, a través de palabras religiosas

que no sólo se estrellan frente a la voluntad estoica de este prisionero.

La última

parte de este largometraje -sin spoilers- es un poema visual, donde las palabras

sobran, y lo única que permanece es la obra de un hombre que arriesgó su alma,

por encontrar la justicia y la paz