Por Ira Franco

Alfonso Cuarón quiso ser dos cosas: astronauta y director de cine. Y parece que un sueño por fin cumplió el otro en Gravity, su más reciente película, acerca de una mujer y un hombre que, después de un accidente en el satélite que están reparando, flotan a la deriva en el espacio.

La selección de actores es extraña, sobre todo en una apuesta tan arriesgada que se recarga en sutilezas: el cambio de ritmo en la respiración a través del circuito cerrado y tibias gesticulaciones detrás de esos pesados trajes de astronauta. Clooney está muy bien en su papel de… Clooney. Un seductor maduro siempre dueño de la situación. Y Sandra Bullock lo intenta. Logra una verosimilitud parcial de aquel personaje con un gran dolor y un gran secreto que la motiva. No se me tome a mal: hay que reconocerle grandes logros y el primero es su fisonomía. A sus casi 50 años Sandra luce estupenda. Mejor que cuando tenía 30. Es solo que hacia el final de la cinta algo de ese ser “nerviosito” que usa en todas sus comedias resurge y le quita cierta dignidad al personaje.

En la dirección, Cuarón logra en los primeros 50 minutos algo excepcional: luz, silencio y asombro que casi son personajes en sí mismos. Nos comparte el sobrecogimiento que significa ver a la Tierra desde afuera, y la reverencia se hace casi corpórea. Son temas que casi podemos tocar, como sucede en 2001: A Space Odyssey (Kubrick, 1968) –toda proporción guardada– o en Sunshine (Boyle, 2007). Es imposible no relacionarse con el espíritu total al que alude Cuarón de la mano del “Chivo” Lubezki, su cinefotógrafo y esta es la parte más rica del filme. Hay también aciertos en el guión que escribió a cuatro manos con su hijo Jonás. Aventuro una hipótesis: aunque no hay nada en los créditos que lo indique, Gravity podría estar inspirada (o al menos la trama es sorprendentemente parecida) en un hermoso cuento de Ray Bradbury llamado Kaleidoscope, donde se indaga sobre los últimos momentos de vida de un equipo de astronautas también a la deriva en el espacio.

El elemento fatal no está allí por completo, pero sí el saberse completamente solo y con el tiempo limitado, cargando todas esas cosas que fuimos. Cargando hasta el final nuestra memoria. Lo importante es que Cuarón no decepciona en su incursión al reino de la soledad y el silencio, y eso es una buena señal para un director en pleno.