No es la primera ocasión que Scarlett Johansson, la actriz más taquillera de 2016, participa en una película de ciencia ficción: Bajo la piel (Glazer, 2013) y Lucy (Besson, 2014) son sus mejores ejemplos, y su papel como La Mayor está exactamente en el mismo nivel, ni por encima, ni por debajo. Una película lo suficientemente buena para verla una vez en el cine, pero no tanto como para repetir.

La Mayor es un cyborg letal al frente de una fuerza de élite llamada Sección 9, cuya nueva misión consiste en encontrar y detener a un criminal que busca eliminar los avances tecnológicos de la empresa Hanka Robotics, pero en su cruzada descubre que no sabe quién es en realidad.

Hace dos décadas salió la película animada, y poco más de 25 años tiene el manga -en ese entonces todavía no estábamos tan inmersos en todo el tema del hackeo, de la robótica, del uso de prótesis-. Esta cinta tardó casi una década en concretarse, así que la demora juega a su favor porque vivimos en una época en donde es de alguna manera más cercano el contexto cyberpunk de la trama, la cual tiene como planteamientos fundamentales la implementación de recuerdos y si la condición de ser humano radica en la mente, en el cuerpo o en ambos: éste sigue siendo el componente más fuerte en su argumento.

El problema es que se sienten desgastados, y hasta por momentos superados, los discursos acerca de la privacidad en la red y la búsqueda de alternativas como resistencia. Originalmente, Ghost in the Shell puso sobre la mesa la discusión de la existencia humana inmersa en la tecnología y la red, en la que los beneficios se pueden tergiversar para dar lugar a un manejo turbio de los avances hechos por el hombre. Ahora el diálogo sobre esos temas lo está planteando Black Mirror desde una perspectiva más asequible.

El calibre de la producción es de muy alto nivel y es su más valor más grande. En ese aspecto valió la pena la espera, pues la ciudad donde se ubica la trama tiene tantos detalles que es difícil alcanzar a apreciar todos sus elementos ornamentales, lo cual es complementado por los efectos visuales (excepto la escena en la que Mayor hace un par de saltos para esquivar el ataque de un tanque araña).

El asunto es que la estética y el conflicto de identidad recuerdan sobremanera a Blade Runner (1982), pero difícilmente trascenderá como película de culto. Además, el nuevo papel de Johansson tenía potencial para desbancar a La viuda negra, su personaje más consolidado, pero se quedó a medias si tomamos como punto de partida el desenvolvimiento de cada una en los momentos de acción. En general, es como si el ghost de la obra creada por Masamune Shirow estuviera dentro del shell de la película de Rupert Sanders.

Por cierto, toda la gente que criticó el supuesto whitewashing de los protagonistas (darle prioridad a un actor o actriz caucásico para un papel que tiene un origen étnico diferente) se va a encontrar con una justificación que dejará sin fuerza sus quejas.

(Psst… psst… si eres fan clavado de Ghost in the Shell, aquí hay un mensaje para ti)