Por: Hugo Juárez (@poketronik)

La ganadora del Oso de Oro a Mejor Película en el Festival Internacional de Cine de Berlín 2016 comenzará a exhibirse en los cines chilangos a partir de este viernes 13 de enero.

Fuocoammare: Fuego en el mar es un documental del realizador Gianfranco Rosi que cuenta el drama de los inmigrantes africanos que llegan a Europa escapando de las paupérrimas condiciones en las que se encuentran sus países.

La película está filmada en la isla de Lampedusa, Italia, ubicada entre este país, Túnez y Libia, en el mar Mediterráneo. Para los inmigrantes, éste es el punto más cercano entre su continente y Europa.

La vida en esta isla de pescadores es tranquila y transcurre entre los inocentes juegos infantiles, las amas de casa que piden canciones todos los días a la radio local, las abuelas que cuentan las hazañas de sus hombres en altamar y el silencio ensordecedor que de vez en cuando se interrumpe por los truenos de las tormentas o por los gritos desesperados provenientes de algún barco con migrantes.

En los entretelones de esta vida de cristal, sin que ellos lo imaginen o simplemente sin querer pensar en ello, Lampedusa ha recibido por más de 20 años a inmigrantes y en este mismo tiempo han muerto cerca de 20,000 de ellos durante su viaje para alcanzar una vía de entrada a Europa. Un sueño que no todos cumplen.

Para mostrarte esto, Rosi se vale de una variedad de tomas contemplativas, siempre con sonido ambiente, que alternan entre la impávida rutina de los habitantes de la isla y la llegada de los extranjeros, quienes son recibidos por agentes italianos y por muchos médicos, que muchas veces sólo se encuentran con cadáveres, deshidratados, virulentos y quemados.

Pero la cinta nunca llega a ser dramática al extremo ni busca ser “cine miseria”. El argumento se centra en el contraste entre ambas realidades dentro de la misma isla y en cómo los habitantes de la misma viven en la absoluta normalidad, enterándose de los naufragios mediante pequeñas notas en la radio, seguidas del estado del tiempo. Separados por pocos kilómetros, los dos “universos” conviven sin que se alteren uno al otro.

Es la vida de Samuele quien dota de hilo conductor a toda la película, un niño que lleva la vida que todos nos imaginamos cuando oímos o leemos la palabra “normal”: va a la escuela, platica con su abuela, está aprendiendo a remar, hace travesuras, aprende inglés, tiene que ir al oculista por un problema de la vista, juega con su resortera a la guerra, explora los alrededores de su casa creyéndose soldado, tiene amigos… Es todo un personaje, que muchas veces se comporta como adulto, pero nunca llega a ser odioso.

Respecto a sus valores de producción, Fuego en el Mar cuenta con una fotografía (hecha por el mismo director) donde cada cuadro te dice algo, comunica, te hace reflexionar. Las tomas están exquisitamente cuidadas, incluso las que son con cámara en mano a bordo de una lancha a la que están llegando migrantes o cadáveres, donde ningún tripulante sabe si está vivo o muerto. En este caso las tomas son movidas, contrastando con las fijas que muestran la cotidianidad de la vida en la isla o con los momentos donde muestra la nueva situación de los recién llegados.

No hay ninguna toma de más aunque para después de la segunda mitad de pronto creas que “no está pasando nada”. Pero sí pasa, y mucho. Sobre todo en la única entrevista que tiene, donde platica con uno de los doctores que han visto pasar (y morir) por años a estos inmigrantes.

Casi carente de diálogos (que más bien son como susurros que se pierden en la inmensidad del mar) y con sólo la música que sale de la radio local, Fuocoammare: Fuego en el Mar es una cinta actual, imperdible y ruidosa, no por lo que oirás al estar en el cine, sino por sus escandalosas repercusiones, que tal vez algún día lleguen a los oídos correctos. Es un sonido que se quedará en tu cerebro por mucho tiempo.