Por Alejandro Alemán

No

es la primera vez que vemos una cinta sobre familias disfuncionales, no

es la primera vez que un cineasta aborda el desamparo urbano; la gran

diferencia con Fish Tank (2009, Andrea Arnold) es

la solidez de su guión, la fortaleza de su personaje principal, y en

general una puesta en escena que nunca se decanta por el regodeo en la

miseria y el dolor, optando mejor por la vía de exponer a su personaje

desde un punto de vista subjetivo, sin tremendismos, sin juicios, sin

caer nunca en la cursilería ni en la lágrima barata.

Aquí

el dolor no es un show, bello y explotable; es una circunstancia de la

cual se debe poder escapar, de una u otra manera. En Fish Tank, todos los personajes son seres humanos bidimensionales, complejos, capaces de virtud, amor, mezquindad o debilidad.

Mia

es un vivo ejemplo de ello: violenta, indisciplinada, agresiva,

contestataria, mal hablada, pesimista y autodestructiva, pero también

con una fortaleza digna de un luchador. Sobreviviente de una familia de

infierno, con padre ausente y madre alcohólica, misma que no tiene duda

en recordarle a su hija lo cerca que estuvo de abortar cuando estuvo

embarazada de ella.

La

pequeña hermana menor de Mia es una suerte de calca de su propia madre.

Ambas se gritan, se insultan, pelean, son dos enemigas encerradas en la

misma cárcel: su cuarto, donde deben quedarse mientras la madre hace

tremendas fiestas en el piso de abajo, en una casa en la que siempre

circula el alcohol y pocas veces se ve limpieza.

La

única vía de escape de Mia es su obsesión por el baile, el hip-hop con

sus letras tan incendiarias y violentas como la propia Mia. Pero pronto

se abriría una vía de escape más: el nuevo ligue de mamá, un joven

apuesto llamado Connor que hace lo que nunca nadie: escucha.

Connor

asume el papel de padre y comienza a unir los pedazos de lo que alguna

vez fue una familia. Mia reconoce en Connor a alguien con quien puede

hablar y compartir. Dos escenas nos hacen dudar de los sentimientos

entre ambos, una cuando él la carga en sus hombros, luego de que ella se

lastima el pie; y la otra cuando ella cae dormida y él la lleva,

amorosamente, a su cuarto para que duerma bien.

Todo

suma en esta película, desde la magnífica construcción de sus

personajes, un guión bien definido y armado por la misma directora, y

una asombrosa interpretación de la debutante y actriz no profesional

Katie Jarvis, quien fue hallada por la directora de casting en una

estación de tren, mientras la adolescente peleaba a gritos con su novio.

La

otra clave de la cinta es Michael Fassbender en el papel de Connor,

demostrando que lo suyo no sólo es la osadía física (Hunger, 2008), sino

que también sabe desenvolverse en los recovecos de la sutileza que el

papel demanda.

A pesar de las muchas conexiones con cintas como An Education (Scherfig, 2009), Fish Tank nunca

pretende dar lecciones de vida, y por supuesto no conoce el optimismo,

aunque si sabe sobre esperanza. La pecera del título no es más que la

vida de estos personajes en constante guerra, donde uno de ellos se

aferra a escapar, aunque al intentarlo se quede sin aire, como pez a la

orilla de un río.