“Tu ‘Muerte de un viajante’ fue la noche más mágica que tuve en el teatro. Descansa en paz”, dice la nota anónima escrita a mano junto a una rosa blanca en la puerta del edificio de Manhattan donde el actor estadounidense Philip Seymour Hoffman fue hallado muerto el domingo.

La nota junto a la rosa recuerda la actuación de Hoffman en Broadway en la obra del dramaturgo estadounidense Arthur Miller, y que le valió la nominación al Premio Tony a Mejor Actor en 2012 por su interpretación de Willy Loman, el personaje principal del drama.

Ramos de flores, velas, fotos, un muñequito de nieve, unas botellas de cerveza vacías: el pequeño memorial a ambos lados de la entrada del 35 de Bethune Street, en el coqueto barrio de West Village, es discreto y no atrae multitudes. Una policía custodia el lugar con discreción.

Forest Young, un diseñador y actor amateur de 38 años, llega, deja flores y se queda mirando largo rato sin decir nada.

“Vine a rendirle tributo. Espero que sea recordado por su trabajo y su compromiso con el arte, sus películas y el modo en que llegaba a la gente. No se puede pedir más que eso de un artista”, afirma a la AFP este moreno con gafas que vive en el barrio.

“Sabía que estaba luchando contra adicciones pero al mismo tiempo pienso que todos los grandes artistas exploran los límites de la condición humana. Hacen eso porque pueden”, agrega en referencia a los problemas de drogas de Hoffman, que tenía 46 años y que aparentemente fue víctima de una sobredosis de heroína.

Anna Zekan, una estudiante de baile de 22 años, no trae nada pero también se detiene y toma unas fotos. Se confiesa admiradora del actor y de sus muchas películas se queda con “Capote”, en la que encarna al famoso escritor y que le valió el Óscar a Mejor Actor.

Zekan, que desembarcó en Nueva York hace seis meses desde Oregon (oeste), cuenta que cuando se enteró de su muerte no lo podía creer: “Es increíble. Era muy abierto sobre su lucha (con las drogas) pero uno nunca espera que vaya a pasarle algo a alguien que es tan exitoso y está trabajando tan bien”, explica a la AFP.

En el barrio, perfil bajo y respeto

Hoffman, uno de los actores más respetados de Hollywood tras más de 20 años de carrera, se había separado recientemente de su pareja, la diseñadora Mimi O’Donnell, madre de sus tres hijos (de 10, 7 y 5 años) y con quien vivía en una casa en Jane Street, cerca del apartamento alquilado en el que fue hallado muerto.

Uno de los lugares al que solía ir con sus hijos era el café Chocolate Bar, en la Octava avenida. Abierta hace doce años, y desde hace seis en esa dirección, la tienda encarna el espíritu de muchos lugares del West Village: pequeña, cálida, con un toque arty pero también burguesa.

La chica detrás de la barra comienza a hablar sobre las visitas del actor con sus hijos antes de que otro empleado se acerque y detenga la conversación: “No hablamos sobre el tema. Está su familia de por medio”, dice de manera cordial pero firme.

Hoffman y su familia “eran parte de la comunidad” del West Village, había contado el domingo a la AFP Janine, una vecina del barrio, precisando que solía cruzarlo con sus hijos en el paseo peatonal junto al río Hudson.

Según la prensa local, varios amigos famosos pasaron en los últimos días por la casa de Jane Street, entre ellos la actriz australiana Cate Blanchett, que llevó regalos para los hijos de Hoffman.

La autopsia para determinar las causas precisas de la muerte de Hoffman comenzó el lunes. La policía de Nueva York confirmó que halló heroína en posesión del actor.