Aquél era un gran futuro. Por una vez en la vida voy a dejarme llevar por la nostalgia boba y seré totalmente franca: el reestreno de la película Back to the Future (Robert Zemeckis, 1985), me emociona.

Quizás debieron esperar al 2015, la época a la que el Doc Brown envía a Marty McFly por error en Back to the Future II
; así podríamos comparar en tiempo real todo aquello que el futuro no alcanzó a fabricar. Los Nike y las patinetas voladoras, los autos de combustible «a estiércol» y, un poco más triste, un mundo sin guerra. En los ochenta, con la guerra fría entibiándose, Back to the Future capturaba toda la camisa rosa y los pantalones claros que Terminator (Cameron, 1984), negaba de forma pesimista.

En los ochenta, con la guerra fría entibiándose, Back to the Future capturaba toda la camisa rosa y los pantalones claros que Terminator (Cameron, 1984), negaba de forma pesimista.

Marty McFly no regresa al pasado a avisar a Sarah Connor que el exterminio humano está próximo. McFly se ha vuelto adolescente y quiere tomar el destino en sus manos. Regresa a arreglar los conflictos maritales de sus padres, a enseñar pisadas de rock a Chuck Berry, a enseñar los calzones de marca y a realizar, aunque sea simbólicamente, su fantasía edípica.

Hoy, el cine pide adolescentes profundamente tristes, deprimidos o indolentes (Kick Ass), santurrones y tirados al drama (Crepúsculo); pide desadaptados que «luchen» contra un mundo que los ataca sólo desde la fantasía narcisista (Scott Pilgrim) o niños «especiales» que asisten a una escuela elitista y apelan al público aspiracional (Harry Potter).

Seguramente por ahí hay pelis con niños y jóvenes con vidas horrendas pero únicas (Tideland, de Terry Gilliam, por ejemplo); hoy se permite el matrimonio entre parejas del mismo sexo; el SIDA es una enfermedad controlable y lo mejor, ya nadie usa top siders sin calcetines.

Pensándolo bien, hubo cosas buenas que los guionistas de Back to the Future jamás hubieran podido imaginar.