Por: Carlos Arias

En una escuela secundaria francesa, el Liceo Gustave Flaubert, el año escolar empieza con novedades. Por órdenes superiores, se pone en práctica “una experiencia pedagógica vinculada al regreso a la tradición”, que incluye el retorno del uniforme para los alumnos y un régimen más estricto de disciplina. Este es el punto de partida para una historia que romperá con todo el orden existente, hasta terminar por poner de cabeza a la escuela y la normalidad de las familias de clase media.

Se trata de “En la Casa” (Francia, 2012), una película de Francois Ozon. La historia arranca al inicio del año escolar, cuando Germain Germain (Fabrice Luchini), un viejo profesor de literatura, le encarga a sus estudiantes escribir un ensayo sobre lo que han hecho el fin de semana. Entre los anodinos trabajos de sus alumnos, sobresale el de un chico tímido que se sienta en la última fila, Claude Garcia (Ernst Umhauer), quien parece mostrar un talento especial.

El único problema es que el tema de sus relatos es la vida familiar de otro alumno. En una mezcla de vouyerismo, acoso y perversión, Claude ha formulado una estrategia para hacerse amigo de su condiscípulo Rapha (Bastien Ughetto) para entrar en su casa, conocer a sus padres y hasta intentar seducir a la madre, Esther (Emmanuelle Seigner).

Claude le entrega periódicamente un reporte de sus avances al profesor de literatura, quien resulta subyugado por la historia y se convierte en su guía literario, hasta un punto en que no se pueden distinguir los límites entre fantasía y realidad, voyeurismo y retrato literario, ética y transgresión.

En la casa bien pudo haber sido una película de Woody Allen, cuyo espíritu sobrevuela estos episodios que muestran al profesor culto y educado, frente a la vulgaridad y el materialismo de la clase media. Si Germain tiene el drama de enseñar “los grandes maestros de la literatura francesa” a una tropa de alumnos que sólo piensan en pizzas y celulares, su esposa Jeanne (Kristin Scott Thomas) vive un dilema similar en la galería de arte que administra, donde tiene un plazo perentorio para demostrar que el arte es “un buen negocio”.

También hay juegos narrativos que incluyen a los protagonistas discutiendo qué curso debería tomar la trama mientras el espectador la está viendo. Pero la historia deja pronto la sonrisa a un lado y avanza hacia un drama psicológico para el cual cuenta nada menos que con la inglesa Kristin Scott Thomas y la francesa Emmanuelle Seigner, las dos mujeres de “Luna Amarga” (1992), de Roman Polanski, cuyos enredos y equívocos sexuales van a rondar en toda la historia.

La película se moverá a partir de entonces en la confusión entre realidad y ficción, el vouyerismo y del deseo sexual como una de las motivaciones del arte, y la literatura como la ruptura del orden. Si es posible pasar de un estilo Woody Allen a un Roman Polanski en el lapso de una hora y media, aquí está la demostración.

En la casa es una película perfecta. Es aquello que los críticos de cine suelen llamar “un film redondo”, en el que todas sus piezas encajan con maestría. Actuaciones sobresalientes, una trama con continuas vueltas de tuerca que no le dan respiro al espectador, momentos de humor delirante, suspenso y un tema cargado de ambigüedades que se presta a diversas interpretaciones.

El realizador es Francois Ozon, un director que ya ha mostrado su preferencia por el suspenso en atmósferas oscuras y equívocas. En la casa está basada en la obra de teatro del español Juan Mayorga, titulada El chico de la última fila.