Por Javier Pérez@JavPeMar

No es habitual una película cuyos protagonistas sean adultos mayores. Mucho menos que éstos sean octogenarios con hartos problemas de salud que emprenden un viaje de esos de cambio y crecimiento. Y aunque en el cine mexicano fueron habituales personajes mayores encarnados por Sara García o los hermanos Soler, emblemáticos en una época, son contadas las historias en las que los viejos cargan con todo el peso de la trama.

Recientemente (bueno, hace una década), el Oso Tapia hizo una comedia ubicada en un asilo de ancianos donde los inquilinos se mataban unos a otros en Club Eutanasia. Antes, Juan Pablo Villaseñor dirigió otra comedia, Por si no te vuelvo a ver (1997). Y, bueno, está ese dramón llamado La Demora (2012), una coproducción dirigida por Rodrigo Plá.

Ahora Jack Zagha Kababie hace que tres octogenarios emprendan un viaje, del DF a Dolores Hidalgo, Guanajuato, para cumplir una promesa hecha a uno de sus amigos que acaba de morir (Pedro, interpretado por Pedro Weber “Chatanuga”). En el último trago, que toma su título de la famosa canción de José Alfredo Jiménez, es una road movie con todas las de la ley. Hay un viaje que implica un crecimiento (espiritual, evidentemente) para el héroe, en este caso Emiliano (José Carlos Ruiz disfrutando su papel), (SPOILER ALERT) el único de los tres amigos que llega al punto de destino y regresa al de partida.

Zagha Kababie, que antes había dirigido Adiós mundo cruel, elige la tragicomedia para narrar esta historia de la que también es coguionista. La encomienda que tienen Emiliano, Agustín (Luis Bayardo) y Benito (Eduardo Manzano, el Polivoz) es llevar el recuerdo más preciado de Pedro, una servilleta en la que el mismísimo José Alfredo escribió su primera canción y que le dedicó, a la casa en la que el compositor vivió durante su infancia en Guanajuato y que ahora alberga un museo.

Como tenía que ocurrir en una road movie, el viaje está lleno de inconvenientes que van mostrando la realidad , cruel y desoladora, en la que viven muchos adultos mayores en nuestro país. Pero Zagha los va insertando con un tono cómico aunque no por eso menos trágico. Así, no tienen para pagar el taxi que se vuelve opción cuando no pueden cruzar una avenida; Benito los deja cuando es hospitalizado al tener un encuentro cercano con una teibolera y es recogido cual chamaco regañado por su hijo; durante la ausencia Agustín pierde su cuarto, que su nuera quiere convertir en gimnasio y Emiliano sigue guardando sus sentimientos.

Los guionistas hacen malabares, a veces no muy afortunados, insertando frases de las canciones de José Alfredo en los diálogos y algunos personajes incidentales que rayan en lo inverosímil. Incluso se dieron chance de homenajear a El callejón de los milagros de Jorge Fons con esas escenas de apertura y conclusión en la mesa de la cantina en plena partida de dominó.

En el último trago es una película que cumple, sin sorprender pero sin defraudar.