Por Javier Pérez

Hay que recurrir, como el personaje principal de El vengador del futuro, a la falta de recuerdos, a la desmemoriada pues, para disfrutar cabalmente de una película que tiene su referente en una cinta de hace 22 años protagonizada por Arnold Schwarzenegger. No es que la primera haya sido un derroche de gran cine (el holandés Paul Verhoeven, su director, parece que había entregado lo mejor de sí en su Robocop), pero sí consiguió que su historia sobre recuerdos implantados y el planeta Marte tuviera elementos en los cuales ponerse a pensar.

El remake, dirigido por el cumplidor Len Wiseman (el mismo de la serie Underworld y de Duro de matar 4.0), no se ubica en el planeta Marte sino más bien en el futuro. Lo que no cambia es que al personaje principal, Douglas Quaid (Collin Farrell) busca un viaje mnemónico para darse un respiro de su frustrada vida. Elige los recuerdos de un superespía, pero algo sale mal y sus “vacaciones” se vuelven una pesadilla cuando se encuentra perseguido por la policía.

Los dos niveles de realidad en los que se mueve Quaid, los elementos del futuro decadente extraídos de Balde Runner, esos guiños a Star Wars (la policía represora que de inmediato conecta con la tropa imperial), la persecución en auto y las emotivas peleas cuerpo a cuerpo (por cierto, Farrell hizo la primera de ellas sin recurrir a dobles, tantas veces como hizo falta) le dan cierto atractivo a este remake que en realidad no cumple más allá de entretener. Incluso no aprovecha del todo las participaciones de Jessica Biel, relegada a una guerrillera sin mucha profundidad de carácter, y de Kate Beckinsale (la esposa de Wiseman), la villana del filme.

Esta nueva versión de El vengador del futuro no aporta algo nuevo o relevante. Es, simplemente, un divertimento al que, a pesar de durar casi dos horas, parece que le sobra metraje.