Este peligro latente que se respira a lo largo de la película dirigida por Matt Reeves –quien también comandará The Batman–, lleva a Caesar a una misión de venganza al más puro estilo del Gladiador de Russell Crowe. Ésta es una historia de reencuentro con uno mismo y en la que se deben desentrañar las prioridades de un buen líder, iluminación que a veces requiere un alto costo.

Con este cierre de la trilogía que inició con El Planeta de los Simios: Revolución, Reeves, igualmente autor del guión, cosecha una metáfora en torno a los riesgos del supremacismo y su carácter destructor, pues su discurso ratifica aquello de que es en el perdón donde se encuentra la sanación personal.

Si bien toda la trilogía estuvo invadida de un aire mesiánico y referencias judeocristianas, es en esta nueva entrega donde alcanzan su clímax e incluso se les lleva al extremo, lo cual llega a resultar exagerado e innecesario. Caesar es un gran personaje, tan grande que no requiere tomar prestados argumentos narrativos de ninguna otra figura, histórica, simbólica o no. Y es que en medio de la acción, secuencias de guerra emocionantes y diálogos que cimbran, también encontramos crucificados, falsos profetas, crucifijos, y un discurso sustentado en el principio y el fin, entiéndase, el alfa y el omega.

No obstante, si hacemos a un lado este aspecto que puede resultar un poco tedioso –y hasta arrogante, lo cual choca directamente con la naturaleza del protagonista–, el mensaje sobre que la humanidad no radica en la raza, sino en cómo se enfrentan la situaciones y las decisiones que se toman, es una lección universal aterrizada en una entretenidametáfora, que aunque no es la mejor entrega de la terna, sí ofrece un desenlace bastante digno.