Por Carlos Arias

El mayor cineasta de la historia es Billy Wilder y una de sus mejores películas es El departamento (1960); una comedia sobre un empleado que se veía obligado a prestarle las llaves de su piso de soltero a sus jefes del trabajo, para que éstos tuvieran aventuras amorosas.

Esta vez la idea del departamento de soltero a disposición de hombres casados llega acompañada de una historia de sus suspenso. Se trata de El penthouse (The loft, 2014), remake de una película belga de 2008, realizada después para el mercado alemán en 2010, y que llega ahora en una tercera versión para Hollywood, dirigida por el mismo director de la primera película, Erik Van Looy.

Así va la historia: cinco hombres casados han decidido compartir un loft de lujo como escondite para llevar en secreto a sus amantes ocasionales, ligues del trabajo o prostitutas. Todo va bien, hasta que misteriosamente aparece en la cama una mujer muerta, atada y ensangrentada, sin que nadie sepa qué pasó ni quién de los cinco la mató.

A pesar de que la historia aparece a primera vista como una trama convencional y sin estrellas en el reparto, el realizador consigue armar un apasionante relato con el recurso de saltar continuamente en el tiempo, entre las historias personales, la investigación policiaca o la situación tras el descubrimiento del cuerpo. La historia avanza en una continua develación de misterios, a través de sucesivas vueltas de tuerca y el examen de la vida de cada “sospechoso”.

El espectador se identifica con los cinco hombres, no solo porque sus esposas son totalmente aburridas mientras que las amantes son geniales. También por el juego hitchcockiano de apelar a los malos instintos de la audiencia, los deseos culposos de pecar sin que nadie te vea… hasta que aparece un muerta, sin rostro, sin coartadas, sin causa aparente, como una suerte de castigo divino para todos por haberse portado mal.

Aunque se trata de actores desconocidos, al menos en lo que a papeles protagónicos se refiere, el espectador los identifica rápidamente: el psiquiatra abusador, el gordito pervertido, el serio de anteojos, el aventurero con historial violento, el líder con pasado oscuro.

Cada personaje es puesto bajo la lupa del realizador, como una especie de estudio psicológico en torno de la doble moral, la misoginia y el machismo, con el departamento secreto como encarnación de un inconsciente cargado de culpas.

Pero la película es sobre todo un thriller psicológico-policiaco, con un misterio clásico en torno de un asesinato en un cuarto cerrado y una incógnita de “quién es el culpable” que se va transformando en nuevas incógnitas a medida que avanza la trama. En estos términos, la película funciona como un acertijo donde el espectador está invitado a desenredar la madeja.

Sin embargo, la verosimilitud termina estirándose más allá del límite razonable. La historia empieza a dar vueltas sobre sí misma, solo con el fin de volver la historia más emocionante y para jugar con las expectativas del espectador. Como suele ocurrir en el género, el planteo del enigma es mucho más interesante que su resolución.