El luchador es el Rocky del siglo XXI: un drama inteligente, conmovedor y trascendental.

Si algo tiene en común nuestra cultura con la norteamericana es la devoción cuasi mitológica hacia los atletas del pancracio, desde El Santo a Hulk Hogan, el público les entrega su fanatismo y admiración; es por eso que la historia de Randy The Ram Robinson, puede ser tan cercana. Mickey Rourke -en el papel de su vida- interpreta a un luchador de los 80 que está en decadencia profesional y personal, después de haber sufrido un ataque. Alejado de las cuerdas, trata de remendar sus fallas familiares, y una relación con una stripper. Sin embargo le ofrecen una pelea para conmemorar 20 años de una lucha que rompió récords de taquilla.

Rourke es un Lázaro moderno; su carrera ha resucitado tras decenas de cirugías faciales, un cuerpo destruido por el boxeo, y una lista de fracasos bíblicos en su currículo. Al igual que The Ram su vida ha estado sumergida en los abusos y excesos, por lo cual interpretación es tan morbosa: ¿hasta que punto se mezcla la ficción con su vida real? La respuesta se halla en el crisol de sentimientos que proyecta en la pantalla, desde la ternura al buscar el perdón de su hija, hasta la melancolía de su rostro cuando no tiene dinero para pagar la renta, y duerme en su camioneta. Su actuación es tan honesta, tan real que olvidas que es un actor: crees que ves un documental acerca de Robinson.

Si Rourke se lleva todas las palmas, no hay que quitarle el mérito a Darren Aronorsky, un director que después de su incoherente y semi romántica La fuente, regresa a sus principios fílmicos: cámara en mano (Pi), y la crudeza/exigencia física que implementa a sus actores (Réquiem…), para entregar una de las mejores cintas deportivas de la historia. Las escenas de las luchas y su antelación (los pugilistas determinan qué llaves van a usar, sus zonas lastimadas y hasta el ganador) son soberbias y crudas, sobretodo cuando The Ram es engrapado, lacerado con un alambre de púas, o esconde una navaja para simular una hemorragia. No se puede ver este tipo de detalles en ningún medio visual.

Aronofsky y el guionista Siegel, formulan la historia típica del antihéroe en busca de redención, sin embargo dista del final feliz, del triunfo virtuoso; The Ram es un hombre decadente, que no puede llevar una vida normal, que es autodestructivo porque el mundo fuera del ring es algo que no puede planear con golpes coreográficos. Los golpes de sus adversarios no lo lastiman, lo único que le queda es el recuerdo del público. Tal y como Rourke, más allá de los premios que gane o no, esta actuación quedará marcada por siempre en la memoria colectiva.