Por Carlos Arias

Vuelve Martin Scorsese con el tipo de historias que mejor le salen, una aventura desbordada en torno de un personaje que llega a la cúspide del poder, en un mundo donde se confunden las fronteras de la locura, el delito y el capitalismo.

Se trata de El Lobo de Wall Street (The wolf of Wall Street, 2013), la historia real de Jordan Belfort, interpretado por Leonardo Di Caprio, un “broker” que en los años 90 llegó a convertirse en el rey midas de la bolsa de valores, capaz de ganar millones en una sola jornada de trabajo, drogadicto y corrupto. Scorsese cuenta su historia desde su ascenso hasta su caída definitiva, en una época que estaría marcada por la peor crisis económica de la historia moderna.

Del mismo modo en que lo hizo con el personaje de un mafioso arrepentido narrado por Nicholas Pileggi, que sirvió de base para Buenos Muchachos (Goodfellas, 1996), el realizador se basa en el libro de memorias de este corredor de bolsa de Nueva York, quien ganó millones, fue denunciado por fraude y vínculos con la mafia, condenado y encarcelado, hasta que sale de prisión decidido a “contar su historia”.

Es el relato de un advenedizo que se apodera de los secretos que utilizan las grandes compañías financieras para ganar dinero, y que los usa para sus fines hasta que es barrido por el gobierno y esas mismas grandes firmas que no admiten competencia. Es también una crónica en torno a la una época económica, la del dinero fácil y la especulación, que culminaría en el estallido de la burbuja financiera de la década de 1990.

Como en Goodfellas, Scorsese presenta un relato entrecortado, que funciona por episodios y mezcla diversos puntos de vista, con recursos narrativos que van desde el suspenso, los comerciales y hasta la comedia. Esta vez cuenta como colaborador en la fotografía con el mexicano Rodrigo Prieto (Amores perros), quien construye un mundo luminoso y colorido, como el desfile de un circo, a la vez brillante y decadente. A diferencia de las penumbras de Godfellas, aquí todo está bien iluminado, los negocios turbios se hace a plena luz del día.

Pero si en aquella película se trataba de un retrato del mundo de los gángsters, ubicado dentro del género criminal con pistolas, asesinatos y encajuelados, esta vez se trata de una comedia de humor negro en torno a un personaje seductor y divertido. La historia narra la aventura de Belfort desde que llega a Wall Street y aprende los secretos del negocio, su éxito y su matrimonio con una de las modelos más bellas de la época, hasta el crack financiero que afecta al sistema como una limpieza periódica para remecer el árbol y arrojar a un costado a los peces pequeños y engordar aun más a los grandes.

La mirada en torno de los negocios turbios de Wall Street tiene mucho de similar a los negocios de la mafia, por ello esta vez el realizador convocó como guionista a Terence Winter (escritor de Los Soprano y Boardwalk empire), quien combina la ironía con situaciones francamente humorísticas, un registro que hasta ahora el realizador no había empleado tan a fondo, con gags físicos, diálogos delirantes y situaciones disparatadas. El reparto es uno de los mejores hallazgos de la película. Cuenta con el comediante Jonah Hill, junto a Matthew McConaughey y el francés Jean Dujardin.

El Lobo de Wall Street es un retrato del capitalismo salvaje de fines del siglo XX contado desde su corazón y con una carcajada. Un sistema que todavía perdura, en medio de una crisis eterna, y en el cual los ricos no son aquellos que generan la riqueza sino los que la manipulan y especulan con el dinero de otros.