Por Javier Pérez

Las sagas fílmicas están de moda. Y aunque ha habido excepciones (la de Harry Potter llegó a ocho títulos y la de Crepúsculo va por los cuatro. No contamos la de James Bond, que rebasa la veintena, ni la de Spider man, que se está rehaciendo), su proliferación se sostiene en ternas, no sé si por culpa de la trinidad o de algún aspecto cabalístico.

Aunque el Legado Bourne tiene tras de sí los tres títulos de la serie de películas protagonizadas por Matt Damon en el papel del agente secreto superentrenado Jason Bourne, y una estética y digamos que una fórmula similares, intenta desmarcarse con el fin de darle una renovación a la saga pero, por paradójico que parezca, dándole continuidad al mismo tiempo. Y no a punta de efectos especiales, aunque hace uso de ellos.

La ventaja del Legado Bourne es que está dirigida por el ya nominado al Oscar Tony Gilroy (por su Michael Clayton de 2007), guionista de las cuatro películas que hasta el momento conforman la serie. Responsable, por tanto, de esta ampliación del universo de las novelas de Robert Ludlum. Por eso los intrincados vericuetos se entrelazan y ocurren simultáneamente a los hechos de Bourne: el ultimátum (2007). Una manera inteligente de dejar de lado al personaje identificadísimo con Damon y dar paso al nuevo protagonista: Jeremy Renner (el Halcón de Los vengadores).

Aaron Cross (Renner) es también un agente especial entrenado secretamente para misiones ultrasecretas y, evidentemente, clandestinas. Pero él pertenece a otro programa, uno más escondido que el a punto de saltar a la vista Treadstone: la Operación Outcome, del Departamento de Defensa de EU. La modificación genética a través de virus manipulados les daba una potenciación a las capacidades físicas de los agentes, pero al mismo tiempo los volvía en blanco fácil del propio sistema si decidía desaparecerlos.

Hasta que Cross se cuestiona qué sucede. En ese momento, todo a su alrededor comienza a ser destruido antes de que salga a la luz. El Legado Bourne tiene todos los matices de una película de acción, pero su sostén fundamental está en el peso que otorga a la intriga. En ese sentido, se nota la mano de Gilroy. Un giro afortunado.

Además, a Renner lo acompaña un reparto bien estructurado en el que destacan Edward Norton, como el persecutor aparentemente infalible, un tipo retirado que limpia los trapos sucios de la CIA, y Rachel Weisz, la doctora que se encargaba de la inyección de los virus y a quien Aaron salva para que ella, a su vez, le ayude.