Por: Iván Ramírez

En los últimos años se pusieron de moda las historias en las que el futuro de la humanidad queda en manos de adolescentes que rayan en la pubertad.

El juego de Ender es una más de ellas, una adaptación del libro homónimo de Orson Scott Card, novela de mediano éxito que es lectura obligada entre los rangos militares estadunidenses. Así de bélico es el asunto. Pero en pantalla, la historia luce inverosímil: pese a que la humanidad acaba de atravesar una invasión extraterrestre, todos viven en la tranquilidad de los suburbios, mientras entrenan a sus niños en el espacio en busca de un prodigio militar que los guíe a la victoria definitiva.

Lo hallan en Ender Wiggins (Asa Butterfield): puberto endeble con dotes de líder que utiliza la violencia a la menor provocación. El personaje carece de profundidad aunque intentan explicar sus acciones con una motivación moralina.

Completa el reparto una buena selección de actores en papeles que acaban por ser un desperdicio, como Harrison Ford (el coronel Graff), quien trabaja su personaje sin carisma.

Quizá la gran virtud de esta cinta es la calidad técnica con que fue realizada; los efectos especiales y el diseño de producción generan ambientes futuristas creíbles y que se antojan para ser más explotados en futuras partes de la saga.