Por Ira Franco

La última película protagonizada por Philip Seymour Hoffman es también un viraje en la carrera del director Anton Corbijn, quien por primera vez quema sus naves y se preocupa por tejer una trama antes que hacer una cinta “bonita”. No se le puede reclamar a Corbijn el universo en blanco y negro que le heredó al siglo XX: responsable de los videos musicales más importantes de U2, Depeche Mode, Metallica y hasta Nirvana.

Podríamos decir que este director inventó, con una sola mano, el look noventero de gente extraña mirando directamente a cámara y largos fade outs entre tomas −resultado de su etapa en la foto fija−. Sin embargo, a diferencia de su quehacer en Control (2007) donde la música de Joy Division es el personaje más interesante, en A Most Wanted Man, Corbijn permite que los personajes crucen miradas y duden de sí mismos para crecer en profundidad. Corbijn acierta en el tratamiento sin estilización o glamour de esta historia clásica de espionaje, adaptación de una novela impecable de John Le Carré.

El peso de la película recae en Seymour Hoffman quien interpreta a Gunther Bachman, miembro de un selecto grupo de la inteligencia alemana que busca entender si un joven checheno-ruso es terrorista islámico o, simplemente, es una pieza más en el juego de la intriga internacional.

Con un inglés germanizado y el constante encender de cigarros de frustración, Seymour Hoffman le presta a Gunther su neurosis y su falibilidad. Las tramas de Le Carré son un género en sí mismas y el elemento “gato persigue al ratón, que en realidad es otro gato” persiste en esta cinta. No es para todos los gustos: por momentos, la intriga puede resultar en muy poca acción aunque sólo ver a Philip por última vez, como ese animal exótico que le consumía las entrañas, vale todas las películas lentas del mundo.