Por Verónica Sánchez Marín

Más ligera, ágil y divertida que sus predecesoras de El Señor de los Anillos, El Hobbit: Un viaje inesperado (The Hobbit: An unexpected journey, EUA 2012), dirigida por Peter Jackson y basada en la novela El Hobbit de J. R. R. Tolkien, permanece fiel al mundo de fantasía, mitología feérica y esteticismo visual que vimos por última vez en El retorno del Rey (2003). De hecho, las conexiones entre ésta y la primera trilogía de la saga cinematográfica inspirada en el imaginario del el autor inglés Tolkien, abundan a lo largo de las casi tres horas de duración de la cinta. Desde la aparición del Gollum –aún no declarado Smeagol– de Andy Serky y el cameo de Frodo, encarnado por Elijah Wood. En esta historia la aventura de Bilbo es lo importante. El modo en que un personaje tan complejo y resistente a la maldad del mundo, inicia, sin saberlo, una revolución en la Tierra Media. Y así comienza la saga del anillo con los recuerdos del anciano Bilbo Bolsón (Iam Holm), que relata sus memorias de juventud (cuando tenía el aspecto de Martin Freeman).

Lo primero que hay que apreciar de la película es la depuración del estilo de Peter Jackson. Ahora sí vemos a un esteta que procura enamorar con la imagen y narrar con el mínimo de elementos algo que, de por sí, se encuentra sobrecargado de detalles plásticos.

La película encuentra en su protagonista, Martin Freeman, el soporte suficiente para encariñarse con este personaje que poco a poco comienza a embarcarse en la aventura del viaje a Erebor. Lo más importante: asume como una responsabilidad propia la razón de emprender la aventura de los enanos: recuperar el hogar perdido.

El Hobbit: Un viaje inesperado está lejos del tono oscuro de El Señor de los Anillos –esa épica lúgubre y tonante en la construcción de un mundo–, aquí la atmósfera es más alegre, un canto a la buena vida que comprende la esencia del libro: para apreciar el valor de la costumbre, a veces hay que salir de ella. Y es que sólo se trata de una historia de aventuras cuya comicidad y elementos de cuentos de hadas están en primer plano.

El viaje tiene lugar 60 años antes de la gran búsqueda de Frodo, aquí todavía nadie arrastra el peso de la maldición, aunque Thorin puede ser el Aragorn de turno, y eso repercute en una narración más ligera, menos recargada, que transcurre plácidamente para el espectador que se prepara para apreciar el impresionante espectáculo visual del filme.

Hay elementos en esta nueva película que son espectaculares como ocurrió con la trilogía del Señor de los Anillos. Reposada en su primera mitad, pero vibrante en la segunda –muy en sintonía con el clímax en las Minas de Moria de la Comunidad del anillo (2001) –, aquí luce más el trabajo de Jackson como director, ya no es sólo el deslumbramiento técnico que lo salvaba de dar cuenta como artista y cabeza creativa en la primera. El Hobbit demuestra la madurez de Jackson con la impecable interpretación de Martin Freeman, quien en su papel de Bilbo Bolsón le da frescura a la trama a través de suaves reacciones gestuales, ligeras modulaciones de su voz, consiguiendo que el público quiera saber las aventuras que va a vivir. Además de la fuerte entidad dramática de Gandalf (Ian McKellen), o Thorin, (Richard Armitage), y el siempre brillante Gollum (Andy Serkis). Aquí la naturalidad es la clave de las actuaciones, que en la saga anterior demeritaban por su cursilería, tópicos y poca pericia en la interpretación psicológica de los personajes, por demás grandilocuentes.

Un rastro de su antiguo espíritu travieso sobrevive en algunos de los diseños de criaturas de El Hobbit: Un viaje inesperado –en particular el gelatinoso y gigantesco jefe de los trolls, el Gran Trasgo–. En esta entrega Bilbo y sus compañeros, encabezados por el exiliado rey enano Thorin (Richard Armitage), hijo de Thráin, inician una travesía que se da a través de una serie de encuentros con los orcos, elfos, trolls y otros seres, algunos más terroríficos o más encantadores que otros. Si en los paisajes breves de El Señor de los Anillos nos conquistó, aquí se da el lujo de detenerse en la belleza de una naturaleza fantástica y los episodios sublimes de los fenómenos más terribles (el dragón que abanica su furia en Erebor o la batalla de los gigantes de piedra), frente a los cuales, los personajes son meros sobrevivientes.

El incomparable Gollum de Andy Serkis, exagerado, inverosímil y precisamente por eso la mejor intepretación fílmica de entre todos los personajes de Tolkien, se roba la mitad de las proezas durante el encuentro con Bilbo, que tiene lugar en una acuosa caverna. Este es el punto neurálgico del viaje inesperado. Es un momento divertido y conmovedor, que curiosamente convoca al público a un estado de calma, serenidad perversa y traviesa… y hasta cierta ansiedad entre los fans. Incluso si no se es consciente de la importancia apocalíptica del precioso anillo de Gollum, sientes que hay mucho en juego: la vida y la integridad de Bilbo Bolsón; el alma corroída de Gollum, y el destino de la Tierra Media en sí, para los conocedores de los libros y la trilogía de Jackson. Incluso destacan personajes nobles como la elfa Galadriel (Cate Blanchet), cuya ambivalencia y sabiduría temible genera un impacto más sórdido que en su aparición en La Comunidad del Anillo.

El Hobbit: Un viaje inesperado se estrena con una superproducción tecnológica que utiliza 3D y 48 fotogramas por segundo en lugar de los habituales 24. Esto lleva las imágenes a un nivel casi alucinatorio de la claridad: hiper-realidad. Esta producción se vuelve así el prólogo del Señor de los Anillos. Jackson extiende el relato de Tolkien en tres historias previas a contarse en la pantalla grande, sumando relatos y leyendas que el autor inglés no incorporó a sus volúmenes más populares.

El director logra capturar la esencia de la trilogía original y, al mismo tiempo, le imprime un tono más sutil y una paleta de colores mucho más despierta a la cinta. Ambos detalles reflejan las diferencias entre los libros que conforman The Lord of the Rings y The Hobbit. Mientras que la trilogía es oscura, torva y seria, el libro del cual se desprende esta cinta es lúdico, ágil y simpático. Se agradece que haya añadido elementos nostálgicos que hilan la primera trilogía de Tolkien con El Hobbit: Un viaje inesperado, por ejemplo el cameo de Elijah Wood e Ian Holm, las tomas de Rivendell y, por supuesto, el final, que está dedicado enteramente a eventos pertinentes para el resto de la historia (aparece el anillo seguido por el maravilloso Gollum). El director logra conectar con las historias que continúan.

Técnicamente volvemos a hablar de una película con una fotografía perfecta, un impresionante trabajo de efectos especiales que se refleja sobre todo en la evolución de Gollum. Las tomas panorámicas seguirán dejándonos boquiabiertos. Y queda el insoslayable mérito de Peter Jackson. Su obra es más que una trilogía y un logro mayor al del propio J. R. R. Tolkien. Congruente en su estética, su dirección de actores y su manera de emplazar y editar, de ambiciones inmensas y con secuencias genuinamente elegantes. Esta película es una historia de fantasía que intentó, con brío, salirse del universo geek para encajar en los gustos de un público quizás más sofisticado y sin duda más amplio. A veces lo logra y a veces no, pero no cabe duda de que el género nunca ha estado más cerca de cubrir todas las bases que aquí, en la enorme cinta de Jackson. Un logro difícil de emular.

Ningún amante de la saga del Anillo se sentirá estafado por los recuerdos del anciano Bilbo Bolsón en la pantalla grande, sobre lo que le ocurrió en su añorada juventud.