Por Ira Franco

Es difícil contar la historia de Juan Orol, denominado “el peor director mexicano” de la época dorada; sin despertar comparaciones, hasta cierto punto injustas, con la cinta Ed Wood, dirigida por Tim Burton en 1994, lo que tenemos aquí son directores a quienes resulta una locura comparar: ni Sebastián del Amo puede acudir al llamado de ese Burton que todavía podía aportar algo en 1994, ni Ed Wood, quien dirigió una decena de películas, puede medirse con un director que hizo casi 60.

Mientras que a Wood le interesaba el travestismo (Glen o Glenda, 1953) o el espacio exterior (Plan 9 from outer space 1959), más o menos en la misma época Orol todavía estaba dirigiendo películas de gánsters —El sindicato del crimen en 1954 y, un poco antes, la joya Gángsters contra Charros, 1947, un verdadero mashup entre dos grandes figuras que movían el imaginario mexicano—.

A diferencia de Burton, quien elige algunos momentos importantes de la vida de su Ed Wood, Sebastián del Amo toma una decisión que resulta en una cinta reiterativa y plana: quiere abarcar en hora y media toda la vida de Orol, desde que aquel niño español es expulsado de su casa por su madre y mandado a vivir a Cuba hasta el viejo Orol, que llora por sus cintas quemadas en la Cineteca en 1982, sólo 6 años antes de su muerte.

Por la cantidad de sucesos que se narran, el ritmo podría sugerirse vertiginoso pero es justamente al revés: tantas desgracias le ocurren que al final nos deja de importar el personaje. Eso, si al principio entendimos o disfrutamos el estilo y el tono de la película. Sebastián del Amo intenta contar la historia de Orol con el tono Orol: en blanco y negro, sobreactuado, en farsa, con personajes carentes de profundidad psicológica y líneas de humor involuntario.

Aquél que jamás haya visto una cinta de Orol podría no entender la broma y tomar la cinta por un melodrama muy pobre, con actuaciones muy desiguales.

Si bien Roberto Sosa está correcto como Orol y Jesús Ochoa hace el personaje que mejor le sale (en un tono natural, en tono distinto a todos), es doloroso ver a las actrices que personifican a las esposas del director —siempre guapas, siempre mucho más jóvenes que él, siempre en busca de fama—: parece que hubieran aprendido la farsa de una mala telenovela del Canal de las Estrellas.

Aunque no siempre bien logradas, hay algo de valentía en las decisiones de Sebastián del Amo, empezando por su tema. ¿Quién más está rescatando algo del olvidado cine mexicano? ¿Quién más invierte 12 años en una investigación histórica que incluye tratar de sacar de su exilio a la legendaria vedette Rosa Carmina o la revisión puntillosa de las 57 películas de un cineasta con una visión única del paisaje urbano del México de los 50s?

Como documento histórico, la cinta de Del Amo (su ópera prima) es importante, aunque como documento de ficción nos quede tanto a deber.