Por Ira Franco

Un sólo tema: la venganza. Y Tarantino piensa explotarla hasta que ya no le dé para más. Esta vez es el sur profundo de los Estados Unidos, en el que Django (Jamie Foxx), un esclavo liberado por el Dr. King Shultz (Christoph Waltz), se convierte en matón a sueldo para salvar a su esposa del brutal Calvin Candie (Leonardo DiCaprio), el dueño de una plantación algodonera donde los negros son tratados como perros de pelea y las mujeres como prostitutas.

En Django Unchained, Tarantino utiliza sus conocidas técnicas narrativas: referencias a westerns de Sergio Leone o sátiras del oeste de Mel Brooks; shocks metafóricos ultra violentos ensus diálogos o en sus imágenes (como plantas de algodón salpicadas de sangre y sesos), o soberbios encuadres de paisajes nevados que por un momento nos hacen pensar que Tarantino puede ser aquél que cuente una fábula sobre el periodo en que la esclavitud era legal en Estados Unidos. Pero Quentin es estilo, Quentin es forma y eso se traduce en fondo: humor ácido y una dosis de cinismo que siempre parece eximirlo de explorar realmente el tema.

Django Unchained sigue la línea de su filmografía, puedes esperar grandes escenas con perfecta coreografía, actuaciones opulentas y la venganza como melodrama (buen melodrama, pues): buenos contra malos ultra bigotones y dramático desenlace. Y el que busque un poco de reflexión o una mínima comunicación de ideas adultas, que lo busque en otra parte. Eso fue lo que nos dio en Bastardos sin gloria (2009), y aún así fue una película que lo volvió a meter al juego de las nominaciones. Eso sí: nadie −nadie− escoge la música como Tarantino: esta vez la vuelve a hacer protagonista en un soundtrack que incluye música de Ennio Morricone y canciones con las voces de 2pac, James Brown y Jamie Foxx.

“Un spaghetti southern” es el género que Tarantino adjudica a Django Unchained y como tal es un filme muy sabroso y palomero.