Por Carlos Arias

En plena era de los derechos civiles en Estados Unidos se estrenó la clásica Adivina quién viene a cenar (Stanley Kramer, 1967), la historia de una niña mimada de una familia acomodada que les presentaba a su padres a su novio, un joven negro interpretado por Sydney Poitier. La familia, encabezada por la pareja romántica clásica de Hollywood, Spencer Tracy y Katherine Hepburn, ponía en tela de juicio sus ideas democráticas y progresistas, pero blancas. ¿Podrían convivir con un yerno “de color”?

Ahora el mismo argumento se convierte en material de una comedia francesa cargada de chistes racistas, personajes prejuiciosos y conflictos culturales. Se trata de Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho? (2014), dirigida por Philipe de Chauveron. Una comedia acorde a la nueva era de la Europa conservadora y del miedo a los inmigrantes, que se convirtió en un éxito de taquilla en Francia el año pasado.

Esta vez la familia está integrada por dos padres ultracatólicos y conservadores, Claude y Marie Verneuil (Christian Clavier y Chantal Lauby), quienes ven horrorizados cómo su propia familia se convierte en el hogar de inmigrantes que traen religiones exóticas, costumbres incomprensibles y gastronomías “extranjeras”.

Los Verneuil tienen cuatro hijas, y desde la primera secuencia las tres primeras se casan con hombres de religiones y culturas diferentes: un musulmán, un judío y un chino. La cuarta hija, Laure (Elodie Fontan), es su última esperanza, y ella promete que se casará con un católico, sólo que éste resulta… ser negro. El novio es originario de Costa de Marfil, de donde proviene su familia, cargada de los mismos prejuicios raciales que los papás de ella, sólo que en contra de los blancos.

La película es antes que nada una comedia de enredos, y funda su efectividad en el retrato de las confusiones motivadas por los prejucios raciales y sociales que cruzan al mundo. La mayoría de los personajes están convencidos de la necesidad de convivir con otras culturas, pero a la hora de llevarlo a la práctica esto parece imposible.

A pesar de su tema, la película es demasiado “políticamente correcta” y carente de malicia, en una época en que la comedia suele ser mucho más desafiante y divertida. La cinta hace serios esfuerzos por capturar al espectador en una comedia de enredos y solo tiene algunos momentos capaces de arrancar carcajadas. Los chistes racistas se resuelven en una sátira en torno de los prejuicios, sin ir más allá de la caricatura educada y respetuosa.

Vamos, no es Charlie Hebdo ni mucho menos, hay una clara intención de provocar risas educadas sin herir susceptibilidades. Al final, la película entra en el género de las “wedding movies”, las películas sobre bodas con todos sus elementos, como las confusiones, los llantos de la novia, las peleas de los prometidos y las anécdotas en la iglesia.