Por Carlos Arias

Era un secreto que muy pocos sabían y que hasta ahora sólo circulaba en diarios sensacionalistas, pero a partir de ahora será una revelación mundial: la princesa Diana, Lady Di, vivía un apasionado romance que había empezado dos años antes de su trágica muerte.

Entre sus novios y escándalos sexuales, la figura más famosa de la realeza inglesa había conocido al fin el amor verdadero. ¿Quién es él?, ¿cómo se enamoraron y qué pasó? Ésta es la premisa de la película Diana, el secreto de una princesa (Diana, 2013), un biopic pensado como novela rosa, realizado para continuar la leyenda de la princesa Diana y estrenado en Inglaterra en agosto pasado, en el aniversario de su muerte ocurrida en 1997.

La película que no busca otra cosa que convertirse en un producto de consumo para los seguidores de la princesa. Una cinta que sigue las convenciones de la historia de amor, con dos enamorados que se enfrentan a barreras imposibles de derribar que finalmente los derrotan. Pocas películas pueden en la actualidad presentar un argumento tan cursi y fuera de época. El espectador sabe desde el inicio lo que va a ver. Sobre aviso no hay engaño.

La película cuenta con la australiana Naomi Watts como su estrella invitada, quien sigue paso a paso la leyenda: la chica de buen corazón que casualmente se convierte en la mujer más famosa del la Tierra. La princesita que quería vivir, escapar del acoso por la prensa, dominada por el protocolo de la realeza, que solo puede ver a sus hijos una vez al mes y que por debajo de su fama oculta una mujer sensible y solitaria, que cocina sus propios platos de pasta en el palacio donde la han encerrado y que pasa sus horas libres libres llorando y viendo TV.

Diana arranca con un breve prólogo que muestra la noche del 31 de agosto de 1997, un plano secuencia con nuestra heroína saliendo a la calle mientas en la acera la espera un nube paparazzi y el auto en el que que perdería la vida en París junto a su novio del momento, el egipcio Dodi Al-Fayed.

Luego la acción se traslada a dos años antes, cuando ya se ha divorciado del príncipe Carlos pero sigue siendo “la princesa del pueblo”, en viajes humanitarios por el tercer mundo.

A causa de la internación de emergencia del esposo de su acupunturista, Diana (Naomi Watts) conoce al médico pakistaní Hasnat Khan (Naveen Andrews). Ambos se enamoran a primera vista y viven una historia que, según reza la publicidad, pudo haber cambiado sus vidas. Un amor condenado al desastre a causa de los obstáculos insuperables: su fama y el acoso de la prensa, en al caso de ella, y el origen islámico de él, que le impide casarse con una mujer divorciada y cristiana.

La película no solo es un fracaso para el espectador común, también lo fue entre los seguidores de Diana, que nunca llegaron a creer que Watts pudiera interpretar convincentemente a la princesa ni tampoco la imagen que se ofrece de ella, a pesar de la minuciosa reconstrucción de trajes y ambientes. Como afirma la publicidad: los eventos de aquel verano pudieron haber sido diferentes… pero se quedaron en apenas en un melodrama barato.