por Miguel Rivera

En realidad no recuerdo la última

vez que vi a John Malkovich sonreír. Ahora que lo pienso, es probable

que no tenga un solo recuerdo en mi memoria en que el pobre hombre,

o más bien dicho sus personajes, pasen más de diez minutos sin alguna

catástrofe monumental arruinandoles su vida. En El hombre de la

máscara de hierro pierde a su hijo Raúl, su única razón para

existir, a manos del tiranísimo Leonardo Dicaprio en su papel de Luis

XIV. En Burn after Reading su esposa le pone el cuerno con George

Clooney… no necesito decir más.

Al mismo tiempo me es

difícil pensar en más de un puñado de actores de la talla de este

tipo.

Probablemente estas fueron las razones

por las cuales el director Steve Jacobs pensóen Malkovich como

"la única opción para realizar el papel." Él carga a cuestas toda la película de intrigante principio,

a un final inconcluso. Digo esto sin demeritar el trabajo de dirección

que nos lleva en un recorrido que va acumulando una suculenta tensión

hasta llegar a los puntos más dramáticos de la historia donde todo

explota de forma contenida. Más o menos como una montaña rusa en la

que piensas que ya pasó lo peor antes de la curva que te revela una

caída vertical de 30 metros. Esa caída en la cual nos gritas por esa penita del ¿qué dirán?

Pero bueno, volvendo al punto primordial de esta crítica, ahora sí, hablemos sobre el largometraje: este film relata

la historia de David Lurie, un existencialista profesor universitario

de poesía que pasa su tiempo educándose sobre Byron, componiendo óperas,

catando buen vino y acostándose con jovencitas. El problema es que

una de las susodichas resulta ser una de sus alumnas. Larga historia

en corto, la chava lo delata y él se ve en la necesidad de renunciar

y viajar a la campiña sudafricana para vivir un tiempo con su hija

mientras decide qué hacer de su vida. La historia que parece en

principio

resumirse en la falta de escrúpulos de este profesor, resulta en una

narración sobre razas, violación, costumbres, ideologías y redención.

Todo envuelto en un paquete de sentimientos implícitos y metáforas

de sacrificios caninos.

Ésta es una película festivalera

en toda el buen sentido de la palabra. Un excelente actor de renombre

dando una gran actuación, un guión interesante e incluyente, basado

en la novela homónima del ganador del premio nóbel J.M. Coetzee y

una dirección que cuenta una historia trágica, sin caer en ningún

momento en lo cursi o lo grotesco, sino que resulta una inspiradora, aunque bizarra historia de madurez y

autoconocimiento.