Por Carlos Arias

Estamos a mediados de los años 80. El cowboy Ron Woodroof (Matthew McConaughey) tiene una cabalgata de sexo con una chica en pleno rodeo mientras los demás vaqueros se juegan la vida montados sobre toros broncos. En estos lances de sexo riesgoso y vidas sin control, Woodroof contrae el Sida y se convierte en uno más de los enfermos que deambulan en la década de los ochos en busca de una cura.

Dallas Buyers Clubes una película basada en la historia real de un clásico macho de cantina tejano, aficionado a las drogas, al sexo y al alcohol, quien resulta positivo en un examen de VIH y los médicos le dan apenas 30 días de vida.

Woodroof, al borde de la muerte, organiza un sistema de contrabando de antivirales desde México y después desde todo el mundo al que llama “club de compras”. Sus clientes son pacientes de VIH que buscan drogas alternativas en un momento en que el gobierno de Estados Unidos no permite la entrada al mercado de los nuevos medicamentos que se están produciendo en el resto del mundo.

El uso de drogas diferentes, algunas legales y otras no tanto, hace que el protagonista se convierta en una suerte de narcotraficante y se enfrente a las grandes empresas farmacéuticas, que tienen el monopolio del antiviral llamado AZT, de efectos secundarios perniciosos y en etapa experimental. El caso llegaría a la justicia en un juicio por la defensa del derecho de los enfermos a decidir sobre sus tratamientos, aun cuando éstos no estén dentro de las terapias aprobadas por el gobierno, que claramente trabaja a favor de los laboratorios farmacéuticos.

La película se convirtió en una de las cartas fuertes de las nominaciones al Oscar 2014 y puso a McConaughey como favorito para el galardón por rol estelar masculino. Se trata de una de aquellas actuaciones que seducen a la Academia de Hollywood, con un cambio físico impresionante en que el actor bajó 30 kilos hasta quedar extremadamente flaco y demacrado.

Pero sobre todo se trata de un personaje complejo que lucha contra una enfermedad diagnosticada como terminal, un adicto a las drogas homofóbico que contrae el Sida cuando la cultura machista de Texas lo considera una enfermedad de homosexuales. Por debajo de ese personaje nada admirable, el actor enfrenta con éxito el desafío de mostrar un lado humano y sensible.

Decir que la carta fuerte de la película es la actuación de McConaughey no es exagerado. De hecho, la historia se sostiene casi exclusivamente en el protagónico, mientras que el argumento y la puesta en imágenes resultan bastante predecibles y narradas con recursos convencionales.

Con frecuencia el director Jean-Marc Vallée cae en los esquemas más obvios, como son el melodrama, los estereotipos en torno a los homosexuales y el Sida o la historia de “superación personal”, con una cámara en constante movimiento como expresión de un mundo neurótico que se derrumba. Sólo la intervención de McConaughey consigue darle intensidad a la historia, a través de la progresiva transformación interior del personaje.

Se trata de una película de actuaciones, en la que también brilla Jared Leto en el papel de Rayon, un transexual que se convierte en socio de Woodroof. Del mismo modo, la actriz Jennifer Garner se destaca como la doctora que se resiste a la comercialización de la medicina.