Por Verónica Sánchez Marín

Después de su premier en Cannes y su paso por el Festival de Cine de Morelia llega a la cartelera nacional Cosmópolis (Canadá, 2012) de David Cronenberg —el aclamado director canadiense de cintas como Crash (2003) o Un método peligroso (2011)—, adaptación de la novela homónima de Don DeLillo, publicada en 2003. Es, quizá, una de las adaptaciones más interesantes que se han hecho en los últimos tiempos en el cine sobre todo por lo que la obra de DeLillo representa: una profecía de la caída de la economía mundial, que cinco años más tarde se cumpliría con la llegada oficial de la crisis. Y es que Cronenberg logra trasladar a la pantalla la novela misma —a pesar de lo abstracta y delirante que resulta su sofisticada y neurótica narrativa— sin que parezca una calca. La pieza artística aparece entonces como una sátira helada de los tiempos modernos —pastelazo incluido.

Eric Packer (Robert Pattinson, sí, el irresistible chupasangre Edward Cullen de la saga Crepúsculo, solicitado –y hoy encornado– actor que demuestra que es más que un experto en hincar colmillos a féminas hirvientes en hormonas), es un asesor de inversiones millonario que atraviesa Nueva York en su limusina con el único fin de cortarse el pelo en la vieja barbería de su territorio de origen: un barrio desamparado.

Durante el trayecto, desde el interior del automóvil, Packer, indiferente, mira el derrumbe financiero de todo un mundo. A lo largo del día mantendrá sustanciosos encuentros con diferentes personajes, a veces dentro de su lujosa limusina (a manera de carruaje de un rey del siglo XV), y otras sólo como observador impasible. Así el protagonista es testigo de una visita presidencial, de manifestaciones anticapitalistas y del funeral de una estrella del hip-hop elevada a la condición de figura mesiánica.

Cronenberg vuelve a plantear con Cosmópolis un profundo viaje interior con un protagonista que se va transformando de manera inevitable: un joven millonario alienado que se resiste al cambio pero que sabe que en unas horas su estilo de vida se derrumbará.

Predomina una narrativa estática, con momentos y diálogos largos y reflexivos —ahí la presencia de DeLillo, con la misma prosa punzante y delicadamente salvaje que interviene a la cultura norteamericana como un colmillo— sobre el estado de las cosas pero salpimentados con humor gracias a las bromas y referencias que el director hace del capitalismo. Sin embargo la cámara fija sobre el protagonista y una ausencia de escenarios hace que la película se vuelva algo monótona para quien desea una Nueva York bullente en estridencia —especialidad de la casa… productora.

Cronenberg logra que la interpretación de Robert Pattison sea impecable. Con este trabajo quizá el actor se sacuda la imagen de pop star juvenil que le dio la saga Crepúsculo —aquí ¡por fin!, hay sexo con sus coprotagonistas— y que todavía le genera prejuicios entre los jueces macabros de la crítica. El abanico de actores secundarios formado por Juliette Binoche, Paul Giamatti, Mathieu Amalric, Samantha Morton, Sarah Gadon, Jay Baruchel y Durand, enriquecen el relato con breves pero sólidas interpretaciones que exigen más del joven Pattison.

Cronenberg consigue que Cosmópolis sea una historia turbadora y densa, tal vez hasta una obra maestra como la propia novela, uno de sus mejores trabajos dignos de experimentarse en la pantalla grande.